Cagados por la moscarda

Cagados por la moscarda

Antonio Felipe Rubio
20:03 • 31 oct. 2012

A Luis Rogelio le honra el esfuerzo por alcanzar el deseable consenso en el acuerdo de la cesión de treinta mil metros cuadrados de suelo de Renfe para eliminar el muro que se extiende desde la antigua estación ferroviaria hasta la glorieta de Almadrabillas. No en vano, esta cesión supone un incontestable beneficio para la ciudad, dividida por esta infame herida del ferrocarril; y, como tal beneficio, es de suponer unanimidad, coincidencia, apoyo, consenso… y en eso llegó Izquierda Unida (…) y mandó a parar.


En una taberna leí “hoy hace un día maravilloso. Verás como viene alguien y lo jode”. En efecto. Cuando todo parece razonable se interpone el sectarismo y el deseo de avería por el procedimiento de la prepotencia reaccionaria. 


Era muy sospechoso que las reuniones previas a la definitiva firma del acuerdo viniesen jalonadas de errores y olvidos administrativos más propios de distraídos colegiales. Todo parece indicar una diplomática administración de los tiempos para reconducir la posición caprichosa de la Junta de Andalucía que, una vez más, intentó abortar una iniciativa felizmente resuelta por el alcalde y, evidentemente, transmitida con efusivo júbilo a la población. Pero, hasta ahí podíamos llegar. Enseguida aparece la trampa, la cortapisa, la envidia y la avería.




Ya ha quedado desvelado el intencionado bloqueo que, como un levógiro instinto genético, la Junta viene aplicando a los proyectos que inspira el PP. Ya no me cabe la menor duda del factor limitante para el desarrollo de Almería que supone la Junta de Andalucía; y no lo digo como institución, sino como colonización política y sectaria de la administración autonómica. 


Son ya muchos, insoportables, los precedentes: retraso de la A-92, trampas en Gran Plaza, triquiñuelas en El Algarrobico, impedimentos para El Corte Inglés… sin olvidar los episodios de un nuevo hospital, desavenencias con el 18 de Julio, chapucera remodelación del Ayuntamiento. Es una detrás de otra. Es como para pensar que nos ha cagado la moscarda; sólo que es una descomunal y continuada defecación que se extiende por más de tres decenios. 




En realidad, desconozco qué extraña atracción tiene Almería para conjurar tamaña necedad. No obstante, un breve recorrido histórico me lleva a descartar el recurrente argumento de la indolencia y resignado victimismo de los almerienses. No hace mucho, antes de perder la dignidad reivindicativa del “músculo” social, Almería se rebeló ante el asignado síndrome de esquina con la campaña “Almería sin salidas”. Curiosamente, con la conjunción planetaria perfecta: PSOE en Madrid, PSOE en Sevilla, PSOE en Diputación; PSOE en capital; PSOE en 80% de los pueblos; así, con este panorama, hubimos de clamar a los cuatro vientos la marginación que se asestaba a una tierra de enormes oportunidades e innegable potencialidad cercenada por la indigencia política y el asentimiento de sectores sociales conniventes. 


“Almería sin salidas” no se perdona; como tampoco se disculpó el atrevimiento de una Cámara de Comercio independiente y valiente, con todo el aparato gubernamental monocolor enfrente (gracias, siempre gracias, Pepe Vallejo Osorno). Y la lección fue aprendida. La reivindicación y la valentía cae con la infame sordina de la dependencia y el pesebre. Y, así hasta ahora, tragamos paquete con el resignado o estipendiado entusiasmo de algunos defendiendo que sigan ahí las tapias y las vías; que traigan el mineral de hierro por el centro de la ciudad; que no venga nunca El Corte Ingl&eac




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