Sé que a veces la memoria es como la cobertura de los móviles, que falla cuando más falta hace. Y aunque es una herramienta que permite a mucho menguado pasar por despejado, no debemos despreciar la capacidad de formar figuras con esos recuerdos fijos que, como los espejos rotos que decía Borges, guardamos en nuestra memoria. Por eso creo que es útil recordar ahora, en este momento de postración y hartazgo, que toda la corrupción que ha pasado de sacudir las portadas a remover las conciencias no es nada nuevo. Hagan la prueba: los cafelitos de Juan Guerra, el Convoluto, Filesa, Malesa, Time Export, Roldán, GAL, Fondos Reservados y las ferreterías de algún suegro, Naseiro, los Pellones de la EXPO 92, el Palma Arena, Jaume Matas, la UGT y su PSV, el Palau de Barcelona, Pepiño en la gasolinera, Fabra y los aeropuertos fantasmas, el saqueo del Ayuntamiento de Marbella, las recolocaciones de las bibianas y las pajines, los inconmensurables ERES de la Junta, el Caso Poniente, la hípica y los áticos de Bono y ahora los sobres de Bárcenas. Y se me olvida algo, seguro. Vivimos en un país que ha hecho de la picardía institucional una especie de peaje que era sospechado e incluso asumido por muchos padres de familia honrados que cobran chapuzas en negro, que trampean la declaración de la Renta, que se aprovechan de la tarjeta sanitaria del abuelo, que se llevan el material de oficina a casa para las tareas de los niños o que nunca piden la factura al fontanero. No estoy comparando; estoy retratando a un país en el que la pillería viene de serie en el ADN del personal, como el aire acondicionado en los coches. Desde el Patio de Monipodio al parqué bursátil, no hemos cambiado mucho en cuanto a seguir teniendo como ejemplo nacional a ese Lazarillo que trincaba uvas con el ciego. La novedad es que ahora los padres de familia honrados que bicheaban como podían para llegar a fin de mes ven que no pueden llegar ni tan siquiera al día quince porque se les están cortando todos los grifos. Y ya no se aguanta nada. Ese ambiente, sumado a las aterradoras cifras del paro, sólo puede presagiar dos cosas: o acabamos con la cleptocracia que arrastramos o empezamos a ir a Grecia sin necesidad de hacer un crucero.
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