Nuestras calles se llenan estos días de imágenes religiosas a las que adoran, rezan e idolatran. A ritmo de caja, paradas mientras termina una saeta o en el silencio de las miradas de creyentes y espectadores ansiosos de cultura popular, recorren los asfaltos cubiertos de cera, desvirtuando el verdadero sentido de la Semana Santa.
No viene mal unas líneas bíblicas, del Éxodo, “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra,…, No te postrarás ante ellas ni les darás culto”; o la rabieta de Moisés, quien rompe las Tablas de la Ley al ver cómo su pueblo venera un becerro de oro.
Por otro lado, nos encontramos el derroche de dinero en lujosos varales para sujetar palios, bordados de mantos, recubrimientos de oro, vestuarios para nazarenos, bandas de música,…, derroche que asumen cofradías hasta de barrios humildes de la capital, donde este año han gastado una cantidad indecente de dinero mientras decenas de familias del barrio pasan verdaderas necesidades, con ingreso ínfimo o nulo, familias que viven en la crisis su Vía Crucis diario, sin embargo, la Iglesia sigue amparando estas manifestaciones y las promociona.
No es éste un buen momento para opulencias y despilfarros económicos porque, además, la doctrina en la que se amparan las cofradías no promulga esto, otra cosa es que prediquen con el ejemplo “…todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos,…, por mí lo hicisteis” (Mateo 25,31-46)
Quizás el flamante Papa Francisco, que predica el acercamiento a los pobres, haga lo que muchos fieles esperan, que rompa de una vez con estas incongruencias, reparta la fortuna de la Iglesia entre los necesitados y que consigan así alcanzar la vida eterna con menos sufrimiento y sin golpes de pecho ante meras imágenes terrenales.
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