Cada época tiene su afán y su fracaso. Pertenezco a una generación que todo lo politizaba precisamente porque no había libertades. Conocíamos estudiantes que llegaban a la universidad con la cartilla bien aprendida. No debían dedicarse a otra cosa que no fuera aprobar las asignaturas de la carrera.
Lo esencial entonces era obtener un puesto en la sociedad. Por el contrario, otros estudiantes, algo más concienciados, pensaban que, de no cambiar el país, tampoco conseguirían ellos nada en la vida. Entre dos orillas corría pues nuestro destino.
Por lo que ocurrió después sabemos que la Transición vino gracias a los esfuerzos y a los palos que sufrió nuestra generación corriendo delante de la policía y no pocas veces durmiendo en los calabozos. Se nos acusó de que todo lo arreglábamos con protestar, cometíamos errores como dejarnos el pelo largo y asistir a la fiesta del PCE.
Una sabia y bien administrada pedagogía de la derecha ha logrado, con el tiempo, convencer a los jóvenes de que ellos no deben meterse en nada. Las crisis del capitalismo, después del hundimiento de las Unión Soviética, obedecen a trastornos “naturales” como el terremoto de Filipinas. Llegó la crisis y de poco sirvió que alguien se molestase en explicar sus orígenes y sus causas profundas.
Un gran documental cinematográfico como “Inside Jobs” pasó desapercibido al menos para la mayoría de españoles (aquí se trató de culpar a Zapatero de que no se enteraba ensalzando a Rajoy que nos bajaría los impuestos). Lo que hoy quiero denunciar es el pasotismo comodón de nuestros periodistas, poetas y novelistas que, a lo que parece, no consideran la crisis como un asunto literario.
Tal vez consideran que vuelve la literatura de la berza más propia de Benito Pérez Galdós. Pues bien, por fortuna, lejos de aquí , está surgiendo una pléyade de escritores que denuncian las colas del INEM y las familias a punto de desahucio.
Novelas de gran éxito como en “La otra orilla” de Rafael Chirbes dan cuenta de los nuevos ricos a quienes la crisis apeó de su rayita de cocaína y de sus placenteras tardes con la ucraniana.
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