Lo que cambian las cosas. Hace años, nadie sabía el nombre de ningún juez, ni de coña. Ahora, en cambio, todo el mundo habla con gran familiaridad de los jueces Ruz, Alaya, Castro, Gómez Bermúdez, Pedraz,… que salen un día sí y otro también en los medios de comunicación.
A lo mejor se trata de una cuestión de moda, como en el vestir, que siempre se lleva lo contrario que antes por contraste, para cambiar, por saturación… Se pasa de la falda corta a la larga, o de las sudaderas a las camisetas con tirantes.
En el asunto que nos ocupa, aun resultan mayores la desproporción y la discordancia. Hace unos cuantos años desaparecieron del mercado los medios de comunicación destinados a sucesos, crímenes y tribunales, como la archifamosísima revista El Caso. Al parecer, esas historias ya no interesaban a nadie.
Ahora, en cambio, conectamos con cualquier informativo de la tele y vemos que consiste en una interminable crónica judicial: desde desahucios a registros en sedes de partidos políticos, desde declaraciones en el juzgado hasta la entrada en prisión de personajes públicos. Los jueces hacen horas extraordinarias, se les acumulan los casos y los periodistas no dan abasto para dar cuenta de ellos.
Los demás temas van desapareciendo de las parrillas televisivas. Aunque no exactamente: junto a la crónica judicial proliferan los programas de cotilleo sobre famosos o quienes no lo son pero simplemente aparecen en televisión.
El resto de nuestros problemas personales ha pasado a un segundo plano. Sólo parece interesarnos la vida de los demás y, si ésta les lleva al juzgado y a la cárcel, mejor que mejor: quizá no tanto por un afán de justicia como para compensar un poco nuestra propia mediocridad.
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