En su libro La ridícula idea de no volver a verte ( Seix Barral), Rosa Montero se alivia del dolor de haber perdido a su pareja con esta frase inicial: “la creatividad es justamente esto, un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza”. Entre los valores del arte no es el menos trascendente el servir de apagafuegos ante los horrores que cada día nos salen al paso. Me acuerdo ahora de aquel violinista que en medio de las balas salía a hacer música en una plaza de un pueblo, en Yugoslavia, donde iba a pedir la paz, cosa imposible por otra parte, pero al menos humanizaba los peligrosos tiroteos. Me encanta que los payasos vayan a Torrecárdenas a entretener con sus ocurrencias a los niños enfermos de cáncer; que los cantantes animen y hagan sonreír a los viejos del alhzeimer, que programen conciertos para la Cruz Roja o que el teatro de calle con sus algazaras y trompeterías alegre la vida de los que ya no creen en el paraíso. Frente a las desdichas humanas, está la poesía fantástica. Ahora bien, lo que a mí no me entra aún es que pueda haber en este valle de lágrimas un arte descomprometido. Esos autores que dicen que el arte no arregla nada son como gaviotas de metal que miran el mar como podría hacerlo un peñasco. Hay días que uno se topa con alguien que todavía recita aquello de Celaya, sí, sí, el arma cargada de futuro y eso. Hoy anda tan desengañado el pobre que le repugna cualquier invitación a un acto benéfico por muy despolitizado que éste sea. Yo recuerdo, sin embargo, otros recitales y otras guerras poéticas donde íbamos a protestar contra las injusticias del régimen o contra las catástrofes naturales que inundaban las casas o se llevaban las cosechas. Poco era lo que podíamos darle a la gente pero al menos le hacíamos soñar en un mundo más hermoso y más justo. Ahora todos los paraísos consisten en que ganen las elecciones los nuestros. No importa que lo que dicen unos y otros se parezca como una gota de agua a otra gota de agua, o sea, el carguito, el sueldecito el enchufecito, el qué hay de lo mío, atrápeme usted ese millón urbanístico, el avión privado en el aeropuerto y el barquito en el mar. Luego dicen que hay demasiada corrupción. ¿Qué quieren cuando no queda más paraíso que el dinero?
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