El amago del ministro

El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, sigue deshojando la margarita. A estas alturas, nadie, ni él mismo, ha confirmado o desmentido si la reforma de la Ley del Aborto va a aprobarse en Consejo de Ministros este viernes o si va a dimitir si al final el proyecto de ley no sale adelante. Gallardón tiene una dilatada carrera en el arte de amagar con irse. Lo hizo en 2008 cuando quiso ser diputado y no le dejaron. También antes, cuando se postuló para liderar el partido en Madrid, enfrentándose a Esperanza Aguirre, que, literalmente, se lo comió.

El todavía titular de la cartera de Justicia, vuelve ahora a las andadas al mantener un enconado pulso con su partido, a pesar de que Rajoy no esté dispuesto a asumir el desgate que le supondría acometer en este momento la derogación de la actual Ley de Salud Sexual y Reproductiva e IVE. 

En cualquier caso, no parece que Alberto Ruiz-Gallardón haya comprendido ni lo que algunos cargos de su partido ni el clamor que se ha escuchado en las calles le han dejado claro durante estos meses: que no se debe legislar en contra de la libertad de las mujeres.

Al ministro, que esta misma semana ha vuelto a realizar una cerrada defensa de su reforma en el Congreso, se le ha visto con cara de compungido, como el niño que se retira a un rincón con la esperanza de llamar la atención y el cariño de sus padres. Nada de eso ha obtenido el que se señalaba como la cuota progresista del Gobierno de Rajoy y que finalmente ha terminado por revelar lo que escondía el reverso de su chaqueta: un señor triste perseguido por los fantasmas de la ultraderecha.

A Gallardón solo le queda marcharse, tanto si se aprueba la reforma de la Ley del Aborto como si no. Si sale adelante, por su empecinamiento en ir en contra de una sociedad que tiene asumido lo que es un derecho de la mujer. Si no, porque la desautorización le deja altamente inhabilitado.