Derecho a vivir

Rafael Lázaro
01:00 • 01 oct. 2014

Sí. Es un ser humano, un ser humano vivo. Lo básico del argumento “pro aborto” es la idea de que el feto no es una persona. La realidad, por el contrario, es la siguiente: a los 18 días del embarazo, su corazón ya bombea sangre por sus venas; a las cinco semanas aparecen nariz, mejillas y dedos; a las seis semanas, tiene esqueleto, riñones, estómago e hígado funcionales; a las siete semanas , el cerebro produce sus propias ondas (el criterio legal que establece si uno está vivo o muerto); además tiene ojos, labios y lengua; a las diez semanas las glándulas de tiroides y adrenalinas ya funcionan; puede tragar, palpadear los ojos y reaccionar a ruidos. Evidentemente es un ser vivo individualizado y además pertenece a la misma especie que su madre.  Es un ser humano vivo que responde al dolor, tacto, frío, ruido y luz. Padece hipo, se chupa el dedo y hasta duerme.  Su gran problema es que se trata de un ser indefenso y débil pero absolutamente inocente. 


Abortar un feto de diez semanas lleva aproximadamente unos quince minutos. Existen distintos procedimientos de extracción todos los cuales produciría horror describirlos, pero no cabe duda de que el feto sufre. Cuando el instrumento del médico toca la pared del útero, el pulso del feto se acelera y el no nacido se encoge tratando de esconderse del instrumento. 


Esta es la realidad de una vida plena que se desprecia y destruye arbitrariamente en aras de una demagogia ciega,  inmoral  y materialista del pensamiento “progre” que considera al ser humano como un fragmento sofisticado de carne con el que todo se puede hacer por imposición de leyes que pretenden dominar a la misma esencia de la naturaleza, a la ley más común escrita a fuego desde el principio de los tiempos que es el derecho a vivir. Sin ese derecho imperecedero y fundamental no es posible la existencia de otros derechos, ni es posible la libertad. Por eso repugna a cualquier planteamiento racional que se invoque a la libertad de la mujer para cometer semejante tropelía. Por mucho derecho positivo que la demagogia oportunista y electorera pretenda justificar en contra del derecho a vivir, en ningún caso se podrá justificar la trasgresión de la ley natural fundamental porque sin ese derecho se está cuestionando la misma existencia de la especie humana. 




A quienes invocan la libertad para justificar la destrucción de vidas humanas conviene además recordarles que han sido los regímenes más dictatoriales, fascistas y comunistas en la Alemania nazi y en la Unión Soviética los primeros en imponer esta cultura de la muerte y los que con más ahínco ampliaron hasta la apología del horror su filosofía exterminadora de los más débiles: nascituros, enfermos y ancianos. ¿Es hacia esta filosofía a la que en última instancia aspiran los más insignes mentores del pensamiento “progre”? ¿Acaso es el placer y comodidad de unos lo que debe condicionar la existencia de otros? Dios no quiera ni el sentimiento humano permita que una tendencia que ya se manifiesta en la “regularización legal” del aborto, es decir, la destrucción de la vida  de un inocente, continúe ampliándose a nuevos supuestos que permitan la supresión arbitraria de seres humanos en distintas circunstancias. Pero del egoísmo del ser humano, y del oportunismo y ansias de poder de algunos políticos, quizá nada deba extrañarnos. 


Una pequeña y última reflexión de carácter estrictamente político. La retirada del proyecto del actual gobierno, aunque no resolvía el problema de fondo, qué duda cabe de que suponía un paso adelante en defensa de la vida del no nacido. Su retirada, además de constituir un escandaloso incumplimiento electoral, ilumina para siempre el talante moral del actual partido en el gobierno, y muchos españoles que en su momento le votaron lo habrán de tener en cuenta.






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