Una serie de noticias triviales pero llamativas para el gran público ha ido anestesiando durante la semana otro gran escándalo, hay quien lo llama “ la gran estafa”. Me estoy refiriendo al actual presidente de la Comisión europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker. Las revelaciones, no aclaradas ni negadas hasta el momento, apuntan a que cuando era ministro de Finanzas no se opuso presuntamente a que la Hacienda de su país firmara un contrato por el cual 340 multinacionales podrían tributar menos, en realidad casi nada ya que no pasa de un 2%. Entre los años 1989 y 2013 Jean-Claude Juncker fue responsable político de Luxemburo y esto sucedía cuando en Europa los líderes exigían la más alta austeridad para hacernos salir de la crisis. Los críticos juegan ahora con el dilema para tratar de explicarse la farsa. Argumentan que si Junker no lo sabía debería haber sido censurado en vez de presidir como premio la Comisión Europea, y si no estaba enterado, su despiste y su incompetencia le hacen igualmente censurable. El caso es que los trabajadores de la eurozona, los jóvenes que buscan empleo que son millones, los emigrantes de todos los colores zumbados por la crisis, abren los ojos y se topan con esta noticia. Míralos, míralos. Son nuestros líderes de la derecha de siempre, los que no pierden ripio de favorecer al gran capital, los que predican constantemente la moderación salarial y de recortes. Se dijo en la prensa que el PSOE no quería votar a este señor que, por otro lado, resulta afable, educado, simpático. Lo que pasa es que, tratándose de dinero, a la derecha le interesa dejar bien claro quién manda aquí. También parece que Joaquín Almunia llego a olerse la tostada pidiendo información especial. Los luxenburgueses respondieron como el Rey Juan Carlos cuando conocimos su devaneos cinegéticos en África, “Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Pues muy bien, pero aquí estamos todos los días negando la recuperación y la salida de la crisis. En parte es por estar ya tan escarmentados y no creemos la abolición de los privilegios fiscales de los ricos. A falta de un paraíso que sea verdaderamente de este mundo, los golpeados por la crisis, las desigualdad y el paro, no nos queda otro consuelo que ver dónde esconden su dinero los que se forran. ¿De quién nos fiaremos?
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