Se lamenta la veterana periodista Pilar Cernuda de lo poco que leen y se cultivan los periodistas de las últimas generaciones. Tiran de Google, y todo lo anterior, de veinte años para atrás, es como si no existiera. Algo pillan, ciertamente, de historia, pero sólo en plan de miscelánea o museo francés de curiosidades, y gracias a la benemérita labor de algunos divulgadores, pero la "actualidad" inmediatamente anterior a Google, esto es, la de los años 60, 70, 80 y 90 del pasado siglo, que es la que contiene todas las claves de la "actualidad" de hoy, esa no la pillan, no la conocen, y, en consecuencia, no la incorporan a su oficio, que no es otro que el de transmitir lo que pasa. Si leyeran más, serían mejores, dice Cernuda.
Si leyéramos más, desde luego, todos seríamos mejores. Tal vez, no muy buenos, pues eso queda del lado de allá de las capacidades humanas, pero sí menos zotes, menos desagradables, menos, si se me permite la expresión, gilipollas. El prestigio de la lectura es tanto como lo poco que se lee, sobre todo en España, pero es aquí, curiosamente, donde el propósito de leer más, o de leer algo, figura en el catálogo de los buenos propósitos para el Año Nuevo. Luego, cual es consustancial a esos propósitos, no se cumple, es el que menos se cumple, menos que el de dejar de fumar o el de ir a maltratarse el organismo a un gimnasio, pero las funestas consecuencias de ello no las paga el individuo, sino la sociedad, que sigue siendo otro año una sociedad igual de ágrafa.
Leemos para saber que no estamos solos, se dice en la maravillosa película "En tierras de penumbra", pero, por lo visto, se prefiere la absurda ilusión de no estarlo mediante el uso compulsivo del móvil y de internet, donde no hay nada ni nadie anterior a Google. El que no lee, en puridad, no es que se quede sin saber que no está solo, sino que lo está, pero solo, solo, no tan a gusto a solas con uno y con el libro que se abre ante sus ojos. Los periodistas jóvenes tendrían que leer más, y los abogados, y los taxistas, y los niños, y los policías, y los encofradores, y los torneros, y los ministros, y los médicos, y los hortelanos, y las bailarinas. Serían mejores.
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