Si es como decía, que no podía soportar que el socio de su anterior gobierno, IU, le impusiera políticas por encima de sus posibilidades, hay que convenir en que Susana Díaz salió de Málaga para meterse en Malagón. Si no era eso, si no convocó elecciones anticipadísimas para quitarse de encima al socio y darle a su gobierno una mayor "estabilidad", sino para asegurárselo como fuera antes de que el desnortado viento de la política, que soplaba amenazador e indescifrable cuando las convocó, pudiera desbaratar sus aspiraciones o sus ambiciones, ha rendido su viaje, igualmente, de Málaga a Malagón.
A Susana Díaz le han dicho que nones, y, a menos que en segundo o tercera vuelta algún partido de los que pueden afloje el dogal, la presidenta andaluza en funciones se halla, en vez de gobernando en minoría pero gobernando (Málaga), perdida en plena vorágine electoral (Malagón), pero, encima, en plena vorágine electoral de los demás, que por eso nadie quiere retratarse con ella si no es a un precio desorbitado, calculadamente desorbitado para que no lo pueda pagar. Tiempo habrá tras el 24-M para que, en el aquelarre de pactos y de antipactos que se inaugará al día siguiente, alguno le cambie el cromo del apoyo en la Junta por otro cromo que le convenga, pero todas esas trapisondas políticas no alcanzan a encubrir, sino todo lo contrario, el sufrimiento de buena parte del pueblo andaluz, devorado por el paro, la pobreza y la desesperanza que un gobierno autonómico inactivo, empantanado, contribuye a aumentar.
La única diferencia visible entre la "vieja política bipartidista" y ésta de ahora, a cuatro bandas, que se experimenta en el laboratorio andaluz, es que lo que antes estaba cantado, ahora es demasiado cantoso: el interés común, el bienestar de las personas, en segundo plano, detrás de los intereses partidarios. De Málaga a Malagón. Menudo viajecito se marcado Susana.
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