Los norteamericanos entraron en la guerra de Vietnam confiados en que la supremacía aérea les bastaría para borrar del mapa a las fuerzas comunistas del Vietcong. Pero cuando la CIA asumió que la lluvia constante de bombas, napalm y agentes químicos no conseguía sacar de la selva al correoso enemigo, comenzó a poner en marcha una estrategia sociológica destinada a desactivar el apoyo de los vietnamitas del sur a sus vecinos del norte y favorecer el esfuerzo bélico norteamericano. La iniciativa se llamó “Hearts and minds” (Corazones y mentes) y entre otras cosas contemplaba cambiar armas a los campesinos por dinero y provisiones, actos de confraternización y muchas fotos de marines acunando niños. “No se puede ganar esta guerra sin ganar los corazones y las mentes de la población”, comenzaron a decir los asesores de inteligencia militar. Y como idea no estaba mal, pero llegaba cuando el mundo entero ya se había estremecido con las imágenes de niños abrasados o de tiros en la sien en plena calle. Y si el tiempo es clave en cualquier guerra, también es determinante en la contienda política. Lo que vengo a decir es que ahora que el PP asume con cierta dosis de escéptica resignación el recurso de la “generación de emociones” como herramienta electoral, cabría preguntarse si vamos a acabar viendo a los populares cambiando la enumeración de cifras y datos positivos por los métodos del populismo propio de la actual izquierda española y prometiendo cualquier cosa, aunque resulte de improbable cumplimiento. No lo sé. Pero la solución al desempleo no pasa por prometer planes de empleo a espuertas, como ha hecho el PSOE almeriense en esta campaña, sino en sentar las bases de la recuperación económica que permita a las empresas crear ese empleo. No se crea riqueza confiando en la caza de subvenciones, sino gestionando los recursos públicos con rigor. Puede que en la selva el fuego no gane una guerra, pero en España el humo puede ganar unas elecciones.
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