El cabeza de cartel del Partido Popular para las elecciones catalanas, señor Albiol, considera que lo que se ha dado en llamar "el desafío soberanista" es una broma. Si así fuera, cabe entender que al señor Albiol no le gustan las bromas. Algo, empero, no cuadraría en tal caso, pues el candidato no encaja del todo en el perfil de quienes deploran las bromas, personas en general cultas, refinadas, inteligentes y sensibles.
El señor Albiol, individuo de trazo grueso, como la inmensa mayoría de las bromas que se perpetran y se ríen, no sólo cree que el actual subidón independentista de Catalunya, estimulado más por las infaustas políticas del PP que por otra cosa, es una broma, sino que, además, dice conocer el modo de acabar con ella.
También Rajoy, su jefe, cree saber cómo acabar con esa "broma": con otra broma. En principio, parecería el ardid fruto de una mente más despejada, capaz de penetrar y desenvolverse en las esferas superiores de la paradoja y la ironía, pero enseguida, viendo la broma que se le ha ocurrido, se comprueba que no. En el caso de que la voluntad y el sentimiento de la mitad de los catalanes, catalán arriba, catalán abajo, fuera una broma, cosa que sólo al señor Albiol se le podía ocurrir, la que ha ideado Rajoy para contrarrestarla, para acabar con ella, es mucho más bestia: extender su poder, su égida, su mayoría absoluta o absolutista, al Tribunal Constitucional, donde, por cierto, ya la tiene bastante extendida. Así, a la mínima, el más alto organismo jurisdiccional devendría también en el más alto organismo represor, laminador, de las aspiraciones independentistas y de sus promotores.
Las bromas suelen ser, por la extrema rusticidad de quienes las idean y ejecutan, una cosa sórdida, patosa, desconsiderada y, en ocasiones, siniestra. Sólo Albiol es capaz de ver una broma en lo que ocurre en/con Catalunya. Sólo Rajoy es capaz de inventarse una tan espantosamente verdadera.
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