Los gritos que ensordecen

“Extremar la prudencia y las cautelas, sin dejar por ello de actuar, es lo que conviene”

Fernando Jáuregui
01:00 • 11 sept. 2015

Ya nuestros clásicos y nuestros más amados poetas nos dijeron que había que distinguir las voces de los ruidos. Y de los ecos. Y más de los exabruptos, aunque no sea esta palabra de vates. A veces, hay que distinguir las voces de las propias voces: unas se pirran por las tonterías y las ocurrencias, se vuelven imprudentes; las otras aportan soluciones sensatas, intentos de avance y de diálogo, pero, como la situación esta nuestra se complace en las tensiones, casi nadie escucha a estas últimas.
Así que las coyunturas, en esta España nuestra, se tensan y las tensiones llevan a lo que Rajoy llamaría ‘los líos’. Y entonces, como consecuencia de una idea apresurada, se reforma unilateralmente la Ley del Tribunal Constitucional, creando una nueva fricción entre quienes piensan que la independencia es lo peor que puede pasarle a Cataluña y al resto de los españoles: Artur Mas, claro, encantado.
Entonces, también, llega un ministro de Defensa hablando -en otras circunstancias sus palabras hubiesen pasado desapercibidas--, aunque pareciese de pasada, del Ejército y de Cataluña y, claro, enorme revuelo, sobre todo entre los independentistas (Artur Mas, claro, más encantado todavía). Sin ir más lejos, el representante de un medio catalán considerado soberanista interpeló al candidato del PP para la Generalitat, Xavier García Albiol, en presencia de Rajoy y de otras quinientas personas, de esta manera: “¿qué opina usted de que el ministro de Defensa amenace con sacar los tanques a la calle en Cataluña?”. Nunca el ministro Morenés había hecho amenaza alguna de esa guisa, pero cierto es que, siendo el ministro quien es, y ocupándose del sector de la sociedad del que se ocupa, bien podría haberse ahorrado mencionar, en una entrevista radiofónica, a las Fuerzas Armadas poniéndolas en relación con lo que está sucediendo en una parte del territorio nacional.
Y muchas cosas más. Extremar la prudencia y las cautelas, sin dejar por ello de actuar, es lo que conviene. Desmentir las falacias lanzadas por quienes están representando en la candidatura ‘Junts pel sí’ al independentismo es vital, aunque puede que sea ya algo tarde: no habrá ni entrada automática en la UE, ni más bienestar para los catalanes, ni mejora de la balanza económica, sino todo lo contrario. ¿Por qué nadie recuerda, como un hecho que no admite objeciones,  que Aragón, la Comunidad Valenciana y Murcia son los principales clientes, muy por delante de los Estados Unidos o de las naciones europeas más importantes, de los productos catalanes?
Pero eso, decir las verdades del barquero, tantas veces preteridas, falseadas u olvidadas, es una cosa; amenazar a Cataluña con todas las penas del infierno económicas, penales o hasta castrenses, si toma el rumbo equivocado, es otra. Bien está discutir el sentido que en una eventual reforma constitucional podría tener el término ‘nación’ aplicado, quizá en una disposición adicional, a Cataluña; también sería adecuado y necesario abrir un debate generoso sobre el pacto fiscal y sobre multitud de materias en las que sea -y es- posible la cooperación entre la Comunidad Autónoma y el Estado. Al resto de los presidentes autonómicos les competerá cooperar en esta labor de estadistas, de la que nos hallamos tan necesitados en estos momentos de tensión casi extrema: quizá nunca, desde los años treinta, esta tensión fue tal. Y, obviamente, las cosas no pueden acabar como entonces.
Claro, lo malo es que quedan tres días para ese pistoletazo de salida que es la Diada y poco más de dos semanas para la prueba de fuego que serán las elecciones, autonómicas para unos, plebiscitarias para otros, que ni en eso hay, ay, acuerdo. ¿Seremos, entre todos, capaces de, sin perder los nervios, dar la vuelta a los pronósticos más sombríos, de evitar ese choque de trenes que oficialmente incluso se niega, ay de nuevo, que pueda darse? Pues eso: que menos voces, menos gritos, y más palabras reflexivas, serenas es, insisto en el ¡ay!, lo que precisamos.







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