Cuando éramos jóvenes estudiantes y al llegar al instituto nos encontrábamos por primera vez con la asignatura de Filosofía, siempre había algún alumno, mayor que nosotros, que nos advertía de que tuviéramos cuidado con el profesor, porque todos los filósofos o estaban locos o se encontraban en el camino.
Estudiando COU en el Celia Viñas, allá por el curso de 1980, conocí a don Francisco Guzmán del Rey, un sacerdote que también era profesor de Filosofía, lo que a juicio de los veteranos de la clase significaba un doble peligro para nuestra integridad de malos estudiantes. Recuerdo su estampa de maestro antiguo: siempre puntual, con su libreta escrita a mano en perfecta caligrafía donde llevaba digeridos los temas que nos tenía que enseñar. Nunca faltaba a clase, nunca te daba tregua, cumpliendo a rajatabla con su deber y tratando de que nosotros sintiéramos algo parecido a lo que él sentía cuando nos hablaba de Sócrates o de Platón.
Don Francisco se sabía la asignatura porque la había leído con devoción, con una fe parecida a la que seguramente sintió cuando con veinte años llegó al Seminario para desarrollar su vocación tardía. “De niño yo había pertenecido a Acción Católica, pero no fue hasta los veinte años, después de acabar los estudios de Magisterio, cuando sentí el deseo de trabajar por Cristo”, explica. Corría el año 1948 cuando gracias a una beca ingresó en el Seminario de Granada. Atrás quedaba una infancia complicada en la que tuvo que soportar el sufrimiento de ver a su padre preso por motivos religiosos y una dura posguerra en la que para poder estudiar Bachillerato y luego hacerse maestro se matriculó por libre. Venía desde su pueblo, Canjáyar, hasta Almería, se colocaba delante del tribunal y así iba superando exámenes y cursos a fuerza de sacrificio. “A mi padre lo apresaron y lo metieron en el Ingenio. Todo porque le envió una carta de pésame a un médico que era amigo suyo y en esa carta hacía alusión a la fe cristiana que los dos profesaban”, asegura.
A Cristo
Francisco Guzmán era un joven de 20 años cuando tomó la decisión de dedicarse de por vida a Cristo. Podía haber sido maestro como su padre, pero descubrió la fe a tiempo y tras ocho años de intensos estudios religiosos en 1956 cantó misa por primera vez. Desde entonces comenzó un largo peregrinar por distintas parroquias de la provincia y una larga etapa de su vida en Barcelona, donde durante veinte años estuvo destinado, compaginando su oficio de sacerdote con el de profesor. “Me matriculé en la Universidad Central de Barcelona donde completé los cinco cursos de Filosofía. Estudiaba, trabajaba como sacerdote y además daba clases de Latín y de Griego en una academia”.
De aquellos tiempos en Cataluña no recuerda haber tenido nunca ningún problema de convivencia por culpa del idioma ni de la nacionalidad. “Cuando yo estuve allí la gente no hablaba de independencia y en la mayoría de las familias no se hablaba el catalán”, recuerda.
Cuando aprobó las oposiciones y consiguió la cátedra pidió el traslado, regresando a Almería en 1980. Su primer destino fue el instituto Celia Viñas, donde estuvo veinte años. A lo largo de tanto tiempo fue asistiendo al declive de la Filosofía, tan desamparada en los planes de estudios modernos, tan condenada en la actualidad a ser una asignatura menor. “No quieren que la gente piense. Los poderes quieren tontos que luego voten sin criterio. La Filosofía que se enseña ahora en los institutos es como estudiar el Pulgarcito, cuando tenía que ser todo lo contrario y estar considerada como una asignatura fundamental para el pensamiento y también para el orden moral”, asegura el profesor.
Si la Filosofía ya no es lo que era, qué decir de la Religión, desaparecida de la lista de asignaturas de la enseñanza pública. Don Francisco Guzmán tiene claro que “la fe está mal vista por el influjo del marxismo que se impone en la sociedad. La Religión es una materia importante en la formación de los jóvenes porque te aporta criterios de vida y te hace mejorar moralmente”.
Ahora, con 91 años cumplidos, el sacerdote-profesor sigue activo, exhibiendo un aire juvenil que se acentúa cuando hablas con él y compruebas que sigue con la misma agilidad mental que tenía hace cuarenta años. Dice que su secreto es que estudia todos los días, que reza y que le pide a Dios que lo santifique. Para mantenerse activo sigue dando misa a diario en la iglesia de Santiago y por las tardes confiesa a sus parroquianos. “La televisión he dejado de verla porque solo te ofrece cuentos chinos y el mundo de Internet no me interesa demasiado. Mejor que un libro no hay nada”.
Aquella tarde que nos dio Tejero
El 23 de febrero de 1981, a la misma hora que Tejero entraba en el Congreso con la pistola, los alumnos de COU del Celia Viñas teníamos clase de Filosofía con don Francisco Guzmán. Con el miedo en el cuerpo queríamos irnos a nuestras casas viendo que el instituto empezaba a quedarse vacío. El profesor se presentó en la clase creyendo que era más importante su asignatura que la escaramuza de Tejero.
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