Manolo Álvarez representa la esencia más pura del deporte. Toda la filosofía del deporte, desde el compañerismo, hasta la generosidad y la competencia bien entendida, se resumen en perfecta armonía en el carácter de este eterno promotor de ilusiones.
Manolo Álvarez no ha sido un deportista más. Él fue el deportista en el sentido más amplio de la palabra en sus años de juventud y a la vez un impulsor infatigable de los que nunca rechazó una buena idea ni un proyecto por difíciles que parecieran. Como se dice coloquialmente, se metía en todos los fregados siempre que hubiera una pelota por medio, ya fuera para organizar un partido de fútbol, para fundar un equipo de la nada o para poner en marcha una improvisada pista de tenis en cualquier anchurón, sin más equipaje que un cubo con cal para pintar las líneas y un trozo de red de las que les sobraba a los pescadores cuando remendaban en la explanada del muelle.
Manolo Álvarez ha sido futbolista desde que nació y uno de esos aficionados que jamás ha faltado en las gradas de los estadios y que ha apoyado con su carnet de socio a todos los clubes representativos de Almería en los últimos sesenta años. Nunca fue un seguidor oportunista de los que iban al fútbol cuando el equipo ganaba, ni tampoco de los que renegaban de sus colores después de un descenso, o lo que es peor, tras una desaparición. Todos los veranos, él era, y sigue siendo, el primero en renovar su carnet por difíciles que fueran y sean los tiempos.
No se conformó con jugar a todo lo que le propusieran, desde el fútbol a las chapas, desde el tenis hasta el baloncesto o el golf, sino que siempre ha sido un organizador vocacional, esa mano amiga, ese gesto cómplice que esperaba cualquier idea para darle forma. Su pasión por el deporte forma parte de su personalidad y la lleva impregnada en cada uno de sus genes. Ya era un destacado futbolista cuando con seis o siete años corría detrás de la pelota por los descampados de Berja. Aunque había nacido en Almería, su infancia transcurrió en las calles virgitanas hasta que tuvo quince años. Allí están sus primeros recuerdos, sus vivencias imborrables, aquellos años de felicidad en estado puro cuando cualquier detalle de la vida cotidiana era un gran acontecimiento para la mirada inquieta de un niño.
Nunca olvidará la ilusión con la que aguardaba la llegada de los pastores que en aquel tiempo iban de casa en casa ordeñando la leche de las cabras, ni cuando aparecían por el pueblo los vendedores de pescado, que llevaban la mercancía desde el puerto de Adra. Curiosamente, los dos pescaderos lejanos eran deportistas: uno, el León, jugaba al fútbol descalzo, y el otro, Isidro ‘el Cantinflas’, se hizo un destacado ciclista de tanto subir las cuestas con su bici cargada de pescado.
El fútbol como ilusión compartida en cualquier calle sin asfaltar, cuando siempre había algún vecino molesto que acababa llamando a los municipales. El fútbol a la salida del colegio y cuando oscurecía, las partidas de ping-pong en el local del Frente de Juventudes.
El paso del tiempo no lo alejó nunca de su gran afición y ya de adulto, siendo un destacado empleado de la banca, no dejó de crear ni de apoyar iniciativas. Él fue el alma de ese gran equipo de fútbol del Banesto que tantos éxitos cosechó por toda España y él fue el impulsor del tenis en los años sesenta cuando no había donde jugar.
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