Una de las lacras que tuvieron que combatir las autoridades republicanas locales fue el de la pobreza, sobre todo la pobreza que afectaba a los niños. Ese gran cambio social que pregonaba el nuevo régimen tenía como uno de sus grandes pilares la educación y con ella la escuela gratuita para todos y los comedores sociales para derrocar el hambre que golpeaba a las clases sociales más deprimidas. Bajo el lema ‘despensa y escuela’ se pusieron en funcionamiento las llamadas cantinas escolares, donde los niños eran atendidos de una manera global: primero en el ámbito escolar y después en el comedor donde en muchos casos eran las propias maestras y las señoritas auxiliares las que se encargaban del servicio.
Aquella Almería previa a la guerra civil trataba de superar el viejo estigma del hambre que tenía entre las cuerdas a barrios enteros, especialmente a la zona de la Chanca donde un cerro completo era conocido como el cerrillo del Hambre. Las autoridades de la República trataron de quitarle dramatismo cambiándole el nombre por el de cerro de la Libertad, como si pudiera haber libertad donde no había ni agua potable, ni la seguridad de un plato de comida caliente a la hora del almuerzo.
Las condiciones de miseria se reflejaban con toda su crudeza en ese entramado de cuevas que rodeaba la ciudad y en el aumento de la mendicidad infantil, que se dejaba notar especialmente en las calles más prósperas del centro, donde los niños acudían en busca de una limosna. En los primeros días de 1934, saltó la señal de alarma cuando las autoridades confirmaron que la mendicidad en menores se había disparado.
La mendicidad infantil estaba presente en la vida diaria de la ciudad. En las puertas del Café Colón, todas las tardes se juntaba una bandada de niños: unos pidiendo una moneda a cambio de una limpieza de zapatos, otros mostrando sus cuerpos maltrechos por el hambre o algún defecto físico que ablandara los corazones de los clientes. Los domingos, los pedigüeños tomaban las puertas principales de los templos implorando la caridad pública.
Como medida inmediata se puso en marcha una orden para la recogida de los niños que se encontraran mendigando en la vía pública para que fueran internados en los establecimientos de beneficencia. Además, para acorralar a aquellos que empujaran a los menores a pedir, también se dispuso que las personas mayores que acompañaran a los niños rindieran cuentas ante el Tribunal Tutelar de Menores.
La guardia urbana se encargó de recorrer las calles persiguiendo la mendicidad y a sus promotores. A lo largo de aquel año de 1934 fueron muchos los niños rescatados de las calles que acabaron ingresando en el hospicio del Hospital Provincial. Allí llegaban los huérfanos y aquellos otros que sus padres no podían procurarles el sustento. Se les daba un techo, una cama y al menos un par de comidas diarias si la despensa lo permitía.
Todos los años, cuando llegaba Navidad, se organizaban campañas para organizar una comida de Nochebuena para los internos y se ponía en marcha una cuestación para que los hospicianos pudieran tener su juguete el día de reyes. Los comercios más importantes donaban juguetes y muchas familias pudientes entregaban las muñecas y los cachivaches antiguos para que fueran la ilusión de los niños más necesitados. Era habitual, entonces, que en los periódicos aparecieran los nombres de los donantes de juguetes para fomentar la generosidad y que los propios políticos, vestidos de Reyes Magos, visitaran el hospicio para entregar los regalos a los niños.
En esa batalla permanente por combatir la pobreza infantil, jugó un papel fundamental la Asociación Almeriense de Asistencia Social. Los próceres de la asociación eran personajes importantes de la sociedad almeriense: Antonio Cuesta Moyano, Fernández Ulibarri, Francisco Burgos Seguí, Francisco Oliveros Ruiz, Vicente Brotons, Ginés de Haro y Haro, Juan Antonio Martínez Limones, y al frente de todos ellos, Eusebio Elorrieta Artaza, el ingeniero de caminos de Bermeo que llegó a Almería en 1912 para incorporarse a la Junta de Obras del Puerto a las órdenes de Francisco Javier Cervantes.
Fueron los responsables de este organismo los que se encargaron de las gestiones para que el Ayuntamiento comprara una casa en el número diecinueve de la calle Magistral Domínguez y la destinara a comedor infantil. En los últimos meses de 1934 el comedor infantil ya estaba funcionando, dando de comer a diario a trescientos niños y trescientas niñas acogidos por la asociación. No sólo se les proporcionaba el almuerzo, sino que además se les regalaba, cuando llegaba la festividad de los Reyes Magos, ropa para pudieran ir abrigados.
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