El Barrio Alto no terminaba en la esquina con la Carretera de Ronda. A continuación, aparecía una pequeña manzana de viviendas que formaba un arrabal al sur del colegio Virgen del Pilar.
Aquel escenario era un cruce de caminos en el que desembocaba la calle Real del Barrio Alto y se encontraban la Carretera de Ronda y la Carretera de Níjar. Allí estaba el flanco norte del barrio de Regiones, el edificio y la iglesia de las Hermanitas de los Pobres, más allá la tapia del Seminario y enfrente los muros de la antigua cárcel.
Aquellas casas tuvieron un final inesperado, cuando en enero de 1970 las continuas lluvias que azotaron durante semanas a la ciudad acabaron minando sus frágiles cimientos. La mayoría de las viviendas acabaron derrumbándose, formando parte de esa lista negra que dejó la riada en Almería, donde más de quinientas casas fueron convertidas en polvo. Durante semanas, los camiones y los obreros estuvieron trabajando sin descanso quitando los escombros y tratando de recuperar los enseres que habían resultado menos dañados en la tragedia.
Una de las casas que desaparecieron del mapa fue la del histórico bar Estiércol, del que solo quedó un trozo de la barra de madera y un almanaque del coñac Fundador del año 1969. Con ese nombre no es difícil comprender que no se trataba de un negocio de alto standing. El Estiércol tenía más de taberna que de bar, de refugio masculino que de lugar de encuentro. Arrastraba una vieja historia que se remontaba a los primeros años de la posguerra, cuando José Rodríguez, más conocido como pel Calero’, abrió el negocio en una de aquellas chabolas que se derramaban desde la Carretera de Ronda hasta Los Molinos.
Estaba situado frente al barrio de Regiones, a la altura de donde hoy se encuentra el Pabellón Moisés Ruiz. Era una bodega oscura, instalada en una habitación rectangular que estaba presidida por una humilde barra de madera y una estantería repleta de botellas de anís y coñac que enmascaraban las grietas. Nunca pretendió ser un bar, sólo un buen escondrijo para tomarse un chato de vino peleón, las copas de aguardiente por la mañana y jugarse una partida al dominó por la tarde.
Por allí paraban los carros que iban o venían a la ciudad desde la Vega, los lecheros que formaban un amplio gremio en el barrio de Los Molinos y los basureros, que tenían instalada allí su diócesis.
En una pizarra que tenía colgada de la pared principal, destacaba una de las frases que después se popularizaron por otros bares. La frase decía: “Si bebes para olvidar, paga antes de empezar”. En más de una ocasión, el bueno de el ‘Calero’ tuvo que cobrar en género el vino de algún cliente olvidadizo. Contaba que una vez llegaron dos arrieros y que después de tomarse cuatro botellas de tres cuartos de blanco no juntaban entre los dos ni dos reales. Ante la amenaza de llamar a la pareja de los municipales, los clientes tuvieron que dejar empeñado el cargamento de lechugas que llevaban para vender en la alhóndiga.
El Estiércol pasó a la historia cuando la riada se llevó por delante el grupo de chabolas que formaban la manzana. Su propietario buscó un local en la calle Real del Barrio Alto y montó el bar Texas. Como no tenía hijos, el ‘Calero’ necesitó la ayuda de un sobrino José Usero López, que entró en el negocio para echar una mano y terminó quedándose como propietario. Lo conocían por el ‘Pisón’ en referencia al zapato ortopédico que calzaba.
Aquella riada que acabó con el bar Estiércol dejó un rastro de miseria y de tragedias en todos los barrios de Almería. Trescientos litros por metro cuadrado en tres meses dejaron malherida a una ciudad que a comienzos de la década de los setenta seguía conservando todos sus matices de urbe atrasada. En aquella Almería todavía se celebraban las fiestas de invierno, y todavía la máxima atracción de los fines de semana eran sus salas de cine y los bailes que se celebraban en el Club Náutico con los Theddy Boys y los Jhonnys, y los que se organizaban en el Club Principado del edificio Tahití.
En aquellos primeros días de 1970 la gente hacía colas para ver Oliver Twist en el Hesperia y para emocionarse con la película Juicio de Faldas, con Manolo Escobar y Conchita Velasco.
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