Hay calles invisibles, que no figuran en el mapa de las autoridades aunque formen parte del entorno de la Alcazaba, que debería de ser la zona más protegida de la ciudad por su importancia turística. Hay calles de tercera división donde los problemas se eternizan, donde la burocracia duerme la siesta sin buscar soluciones.
Hace dos años, una fuga de agua minó el subsuelo de la calle Molino Cepero en el tramo que desemboca en la Almedina. La avería, detectada con retraso, provocó daños en dos viviendas, sobre todo en el número siete, donde se abrieron grandes grietas que afectaron a la fachada y la entrada de la casa. Una mañana, un estruendo sobrecogió a la familia Quintana. Fue un crujido, como si los muros se estuvieran abriendo. Cuando salieron a la calle se encontraron con que dos grietas de largo recorrido se habían abierto en la fachada principal, como si acabara de ocurrir un temblor de tierra. Con el paso de las horas fueron descubriendo que las grietas aparecían también en el interior del edificio y que la casa estaba seriamente dañada. Pero no había sido por culpa de un temblor de tierra, sino por un escape de agua provocado por una avería de la red general en la misma puerta de la vivienda, el número siete de la calle Molino Cepero, esquina con la calle de la Paz.
La fuga de agua la pudieron certificar unos días después los operarios de la empresa Aqualia, cuando detectaron una importante rotura en la tubería de la red de abastecimiento.
En el mes de noviembre del año 2019, la familia Quintana presentó un escrito en las oficinas de Aqualia, denunciando el daño y aportando diez fotos de las grietas que habían aparecido en la vivienda, para que la empresa del agua tomara las medidas oportunas y corriera con las gestiones y con los gastos del arreglo de los desperfectos ocasionados.
Dos años después del incidente, la casa sigue dañada sin que se hayan tomado medidas. El pasado mes de noviembre, la familia propietaria contrató los servicios de un arquitecto técnico que elaboró un informe confirmando que los daños afectaban a elementos estructurales de la edificación, así como a tabiques interiores.
En los últimos meses han recibido noticias con cuenta gotas de Aqualia, pero nadie les da una solución mientras la vivienda sigue amenazando con venirse abajo. Si este problema hubiera sucedido en el Paseo o en alguna de sus manzanas privilegiadas, hace mucho tiempo que estaría solucionado, pero ha ocurrido en una calle olvidada del casco histórico, donde no llegan los planes de futuro, donde el barrendero pasa de puntillas y donde nunca se disfruta de ese pequeño lujo que supone la manguera de la regadora para quitar el polvo. No es el único caso de fugas de agua. Que alguien les pregunte a los vecinos de la zona de la calle Chantre, expertos en viviendas rajadas por el agua.
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