Hay dos edificios que cambiaron la historia del casco antiguo de Almería. Uno se alza delante de la torre del campanario de la Catedral y otro a los pies del torreón de Levante de la Alcazaba.
Los dos tienen en común que se atrevieron a desafiar a los dos grandes monumentos de la ciudad y se pusieron al mismo nivel con el beneplácito de nuestras autoridades, ciegas de ambición y de mal gusto en aquellos críticos años del llamado Desarrollismo.
El bloque de viviendas que le hizo sombra a la Catedral contó con el agravante de que fue obra de la propia Iglesia. En el mes de junio de 1958, el entonces obispo de la diócesis, don Alfonso Ródenas García, anunció la decisión de constituir una entidad constructora benéfica para cooperar con la solución del problema de la vivienda.
La nueva constructora, hija del Monte de Piedad y del obispado, no tardó en ponerse manos a la obra y en los primeros meses de 1959 ya tenía proyectado su primer trabajo: un edificio de veinte viviendas de renta limitada y locales para oficinas, firmado por el arquitecto Guillermo Langle Rubio, en la Plaza de Marín con subida por la calle de Navarro Darax. Para hacerlo realidad tuvieron que echar abajo la antigua y noble vivienda que fue la primera sede de la institución ahorradora, la casa señorial de doña Francisca Giménez Delgado, que en su testamento donó el edificio para que acogiera el Monte de Piedad.
El ladrillo se convirtió en un buen negocio, una empresa que dejaba mejores dividendos que los cepillos de las parroquias, por lo que en aquellos primeros años sesenta la actividad fue frenética. A la lista de construcciones de la lglesia se unió, en 1964, el que sin duda puede considerarse como el gran pelotazo de aquella experiencia místico inmobiliaria, la construcción del edificio de diez alturas frente a la puerta de los Perdones de la Catedral, a pocos metros del flanco sur de la torre del campanario. En un primer momento, las autoridades municipales le denegaron la solicitud “por disponer las ordenanzas que sólo es lícito en la zona solicitada la construcción de ocho plantas como máximo”, decía la respuesta del Ayuntamiento. Dos meses después, empezaban las obras del edificio con un recorte de dos alturas. Para darle carácter benéfico, en los planos se contemplaba la instalación en la planta baja de un dispensario benéfico con quirófanos y salas de asistencia médica. En su lugar acabó imponiéndose una oficina de la Caja de Ahorros y la librería Pastoral.
Seis años después, en abril de 1970, se acometió el otro gran golpe al patrimonio histórico, cuando se aprobó la licencia para construir bajo los pies de la Alcazaba un edificio de cuatro alturas entre las calles de Almanzor, Hércules y la Viña. El proyecto, obra del promotor Manuel Salvatierra y del arquitecto Manuel Bértiz, cambió radicalmente la historia del entorno, ya que fue el primer bloque moderno que apareció en ese sector del barrio de la Alcazaba, haciéndole sombra al monumento.
Aquella manzana que vivía anclada en la esencia más pura de la ciudad, con sus calles estrechas y sus viviendas de puerta, ventana y azotea, se vio agitada por un edificio que sin ser demasiado alto sí era lo suficientemente antiestético para hacer historia y convertirse en uno de los grandes adefesios que nos dejaron aquellos años locos.
A partir de ahí se abrió la veda y fueron llegando nuevas construcciones, muchas de ellas edificadas sin ningún criterio urbanístico.
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