La horchata que traían los valencianos

Llegaban a Almería con el verano con sus cargamentos de chufas y almendras

Las horchatas triunfaban en Almería.
Las horchatas triunfaban en Almería. La Voz
Eduardo de Vicente
20:59 • 18 abr. 2022

Siempre tuvimos una conexión comercial con la región levantina que no llegó a existir con ninguna provincia andaluza. De Valencia y de Murcia llegaron apellidos ilustres como la familia Ivorra, que abrió en la calle de las Tiendas el establecimiento de El Valenciano, que hoy sigue funcionando como el más antiguo de la ciudad. De Cartagena vino  Emilio Ferrera que hizo carrera en Almería vendiendo hierros y juguetes y dejó su huella con nuevas formas de entender el comercio y una calle que lo recuerda. De la zona de levante llegaban también los vendedores ambulantes de temporada que venían con sus negocios a cuestas. Fue muy célebre en Almería, allá por las últimas décadas del siglo diecinueve, Josefa Verdú, conocida con el apodo de ‘el Ama’, que llegó a convertirse en el heraldo de la Navidad. Llegaba a la ciudad después del día de la Inmaculada y su presencia marcaba el comienzo de las fiestas. Durante años se instaló en un local que alquilaba en la calle de Mariana, en la esquina de acceso a la Plaza Vieja. 



‘La Ama’ era una auténtica reina en su oficio, que dominaba todas las artes del buhonero: amable, charlatana y lo suficientemente embaucadora para hacer creer a su clientela que no existía un turrón de mayor calidad que el suyo. Llegaba a Almería después de un largo viaje en diligencias y tartanas y durante tres semanas conquistaba al público con sus turrones de primera calidad que traía de las fábricas más prestigiosas de Jijona y con las peladillas especiales que compraba en Alcoy.



Del levante aterrizaban también los heladeros que en aquel tiempo eran los encargados de anunciarnos la llegada del verano. Venían a pasar tres meses en Almería y se instalaban en los puntos estratégicos del centro.



Horchaterías



Fue muy popular la horchatería del Valenciano, que en el mes de mayo abría sus puertas en la calle Real. Cerca, en la calle de Trajano, se instalaba Josefa ‘la Valenciana’. Ambos competían por ofrecer a sus parroquianos la mejor horchata de chufas y de almendras que se fabricaba en su tierra. En 1887, un vaso de horchata costaba quince céntimos y para ganarse al público los vendedores solían ofrecer distintas ofertas. El Valenciano regalaba tres barquillos de canela por cada real de horchata para evitar así la utilización de las pajas de centenero, que en aquel tiempo se usaban para absorber el néctar de la chufa. El problema que existía con las pajas de centeno es que los heladeros las solían utilizar varias veces con clientes distintos, por lo que resultaba más higiénico el empleo de los barquillos de canela que después se consumían.



La horchata y los helados reinaban en la ciudad durante los meses del largo verano almeriense. Tuvo mucha fama la horchatería de Antonio Restoy, en la Plaza de Flores, donde se organizaban grandes tertulias nocturnas en el jardín interior que tenía el establecimiento. 



El Círculo Mercantil, que en aquel tiempo tenía su sede en la Glorieta de San Pedro, disponía de un servicio de helados y el Café Suizo, uno de los más importantes en su género, contaba con un equipo de camareros que se encargaban de llevar los servicios a domicilio. Tenían que ser rápidos y eficaces para que los helados llegaran en el mínimo tiempo que fuera posible a su destino.



Los vendedores de helados llegaban hasta el puerto. A comienzos del siglo veinte se instalaba en el parterre del contramuelle (lo que hoy sería el comienzo del Parque Viejo), la gran heladería de los Pavías, que montaba el empresario Plácido Olivencia. Aquel era un lugar estratégico que se aprovechaba de la constante vida que generaba el puerto. Era la heladería que más tarde cerraba, ya que solía permanecer abierta hasta finales de octubre para aprovechar el tirón de la faena de la uva. 


Vendedores

En aquella época casi todas las heladerías tenían su equipo de repartidores, de vendedores ambulantes que iban con el género por todos los rincones de la ciudad. Solían buscar puntos estratégicos cercanos a la playa, como la explanada que existía delante del balneario Diana, donde el puesto de los helados no cerraba hasta el anochecer, mientras hubiera un bañista o mientras siguiera sonando la música. Los vendedores iban por los barrios más lejanos, siempre rodeados de una tribu de niños que con la bocas hecha agua y con los bolsillos vacíos perseguían al heladero en procesión. Cuando llegaba la feria, los heladeros se mezclaban con los vendedores de turrón, constituyendo una de las grandes atracciones del público. 


La tradición de los vendedores ambulantes se prolongó hasta hace solo unas décadas, cuando comenzó a ser una rareza. Hace cincuenta años casi todas las heladerías mandaban a sus buhoneros a las playas y a recorrer las fiestas de los pueblos en busca de negocio. La recordada heladería ‘La Violeta’, de la Almedina, en su afán de llevar la mercancía a todos los lugares, llegó a montar un puesto fijo en el campamento de Viator, una iniciativa que le reportaba importantes beneficios a la empresa.



Temas relacionados

para ti

en destaque