Las heridas de la Plaza de San Pedro

Fue uno de los escenarios más castigados de la ciudad por el fenómeno de la construcción

Casa señorial del siglo XIX en la fachada de poniente de la Plaza de San Pedro.
Casa señorial del siglo XIX en la fachada de poniente de la Plaza de San Pedro.
Eduardo de Vicente
20:40 • 06 nov. 2022

La Plaza de San Pedro está irreconocible. Si alguien que la hubiera habitado hace medio siglo regresara después de haber pasado todo ese tiempo fuera, no la podría reconocer. La única referencia que le ha quedado de lo que fue antiguamente es la fachada de la iglesia, que sigue igual aunque rodeada de edificios.



Ha sido la plaza del casco histórico que más ha sufrido el caos urbanístico de las últimas décadas, un escenario golpeado con dureza por la especulación. Se cometieron auténticas atrocidades en el nombre de ese falso progreso llamado Desarrollismo, que se llevó por delante casas espléndidas cargadas de historia, que fueron sustituidas por bloques de pisos. 



No había en Almería otra plaza con más alma que la de San Pedro, con sus casas centenarias dándole sentido a la ciudad y abrazando a la glorieta central donde el antiguo jardín llenaba de sombras las tardes de verano. En ninguna otra parte se sentía la esencia de la ciudad como en la Plaza de San Pedro antes de que echaran abajo sus mansiones y antes de que empezaran con las interminables reformadas de sus jardines, que no acabaron hasta que hace unos años los quitaron de en medio para montar una zona recreativa para los niños. 






La glorieta es hoy un espacio útil que da cobijo a cientos de padres y de niños que salen a jugar todas las tardes, pero urbanísticamente es un fiasco auténtico, el más claro ejemplo de la escabechina que unos y otros han ido cometiendo con esta hermosa  plaza que a lo largo de la historia ha tenido mil caras: ha sido plaza de los niños, por su eterna vocación infantil; plaza de los viejos, porque allí se reunían los más veteranos del lugar a tomar  el fresco en las noches de verano;  plaza de la juventud católica cuando montaron un kiosco de libros cristianos en una esquina; plaza del rey porque por allí paso Alfonso XIII en carruaje en una de sus visitas a la ciudad; plaza de los farmacéuticos, por el negocio que tenían los Romero Hermanos; plaza de la Guardia Civil, porque allí estuvo el cuartel de la benemérita, y plaza del Viernes Santo, porque no había otro escenario en Almería donde se reuniera tanta muchedumbre como en la Plaza de San Pedro a la salida de la procesión del Santo Entierro.



Las reformas se fueron cargando la plaza y la especulación la acabó de rematar. La mayoría de las casas antiguas de la Plaza de San Pedro lograron sobrevivir al primer tirón constructivo de los años sesenta, pero acabaron desapareciendo una década después. Una de las más antiguas y de las que más tiempo sobrevivió antes de que la derribaran las piquetas, fue la casa de los Remacha, que ocupaba una parte de la fachada sur de la plaza y llegaba hasta la esquina de la calle de Siloy.  Joaquín Santisteban, que fue cronista de la ciudad, contaba que en los primeros años del siglo pasado tuvo la oportunidad de visitar una vez aquella grandiosa mansión del siglo diecisiete y de comprobar algunos de los tesoros que guardaba. Decía que en sus habitaciones se podían encontrar vajillas de gran valor, y que existía una sala llena de magia con multitud de casitas y muñecas guardadas doscientos años atrás, que se habían ido acumulando en el tiempo hasta componer una un extraño almacén lleno de viejas ilusiones infantiles. 



La casa tenía una preciosa galería de cuadros de célebres pintores, armarios con armaduras y espadas, algunas de antiguos conquistadores de Almería, muebles de caoba y maderas olorosas y una biblioteca que en 1886 fue vendida al municipio. 



La casa, que estuvo en pie hasta los años setenta, fue escenario de algunos negocios importantes en su piso bajo. Allí estuvo desde 1877 el taller de litografía y la academia de dibujo de Hilario Navarro de Vera, donde se elaboraban de forma artística las tarjetas de visita de la época, las papeletas de luto, las esquelas de funeral y también las láminas de minas en las que se detallaba el plano de su demarcación y los lugares colindantes. Allí vendían también las mejores litografías con las vistas de los rincones más pintorescos de la ciudad.


Otra de las casas que engrandecieron la plaza fue la que se levantaba en la parte de Levante, junto a la fachada principal de la iglesia. Allí aparecía la mansión que fue convento de San Francisco. Se construyó en el último decenio del siglo dieciocho sobre el solar de otro convento que el terremoto del nueve de octubre de 1790 dejó tan resentido que fue necesario derribarlo. En 1835, cuando la comunidad franciscana fue suprimida, el convento pasó a propiedad del gobierno liberal. Su hermosa huerta fue urbanizada y en ella se abrieron las calles de San Francisco y de Castelar y el convento lo acomodaron para casa de vecinos. Desde 1910 hasta julio de 1936, aquel espléndido edificio fue cuartel de la Guardia Civil, y posteriormente se convirtió en el almacén de los Romero Hermanos.



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