Ya no veremos más a José Antonio Blanes tomando su café mañanero en la terraza del bar de la Plaza de San Pedro, donde a diario repasaba su vida con los últimos amigos que le iban quedando de su generación.
Ha fallecido a los 95 años de edad, al no poder superar una enfermedad que le habían detectado los médicos hace ahora un año. En el recuerdo quedará la historia de un personaje único que en sus días de juventud llegó a ser toda una institución en el Valle del Andarax donde durante siete décadas ejerció el oficio de cohetero que había heredado de su familia. Después del santo, el cohetero era la figura más relevante de las fiestas.
Era un niño cuando al terminar la guerra empezó a acompañar a su padre por los pueblos de la comarca para montar los castillos de fuegos artificiales. Eran años de necesidad y a veces tenía que abandonar la escuela durante días para echarse a los caminos buscando las fiestas de pueblos y aldeas.
Fue aprendiendo el oficio sin darse cuenta, como una vocación silenciosa que ya traía desde la cuna. Su abuelo paterno, Tomás Blanes Herrada, llegó a ser el pirotécnico del Valle del Andarax desde la última década del siglo diecinueve. Él fue quien le transmitió todos los secretos de la profesión a sus sucesores, creando una saga de coheteros que se alargó durante tres generaciones hasta que hace diez años, José Antonio Blanes Cuadra, el nieto del fundador, decidiera jubilarse después de medio siglo de vida laboral.
Tanto en sus comienzos como en la época de su abuelo y de su padre, la presencia del cohetero era la primera señal de que un pueblo estaba en fiestas. Antes de que llegaran las primeras atracciones, que entonces no iban más allá de un modesto Tío Vivo, una tómbola y un puesto de churros, aparecía el técnico de la pólvora que era idolatrado por la chiquillería del lugar como si fuera un héroe. Los pirotécnicos guardaban el secreto de convertir un poco de pólvora en un juego de fantasía y su presencia garantizaba el éxito de las fiestas.
José Antonio Blanes recordaba siempre la dureza de una profesión donde todo había que hacerlo a mano, cuando la pólvora había que fabricarla en un mortero y había que ir creando las mechas y los cartuchos para las detonaciones de forma artesana. Se necesitaban horas e incluso días para preparar y montar un castillo, lo que obligaba a los coheteros a tener que presentarse en el lugar varios días antes para tenerlo todo a punto.
Su familia eran los pirotécnicos que recorrían todos los pueblos del Valle del Andarax, la zona de Sierra Nevada, Sierra de Gádor y los Filabres. Todos los años, por San Marcos, se desplazaban hasta una pequeña barriada de Nacimiento llamada Gilma, que coronaba una de las cimas de la sierra de los Filabres. Echaban un día de viaje para poder llegar, en una época en la que los caminos eran senderos, a veces tan estrechos que tenían que ir detrás de la mula para poder atravesarlos. Los desplazamientos se hacían con caballerías y aunque en ningún lugar sobraba el dinero, cualquier aldea, por pobre que fuera, hacía un esfuerzo cuando llegaban las fiestas del Patrón para que no faltara el castillo de fuegos artificiales ni las tandas de cohetes que rompían el cielo cuando el santo aparecía en la puerta del templo.
Al morir su padre, José Antonio heredó ‘Pirotecnia Blanes’, convirtiéndose en el personaje más célebre del Andarax. Además de su profesión, a la que le dedicó toda su vida hasta que cumplió 83 años de edad, fue un hombre polifacético, tan vinculado a su pueblo, Bentarique, que fue nombrado Alcalde el seis de junio de 1955, cargo que desempeñó durante una década.
Su carrera política fue una batalla continua para intentar conseguir que los pequeños progresos de la época llegaran a su comarca, amenazada siempre por el fantasma del paro y del abandono. Fue diputado provincial por el partido judicial de Canjáyar y en 1975 fue nombrado presidente de la Agrupación Sindical de Pirotecnia. Tantos años dedicados a la profesión tuvieron la recompensa de poder vivir de su trabajo durante toda una vida y de recibir algunos galardones que reconocieron su profesionalidad y honradez. En 1975 le fue concedida la medalla de oro de la Orden de Cisneros a propuesta del Gobernador Civil don Antonio Merino González, y han sido numerosos los ayuntamientos del Valle del Andarax que le han rendido homenajes por su inolvidable labor de cohetero de pueblo.
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