Desde 1916 existió en el Paseo del Príncipe un establecimiento de tejidos que llevaba el nombre de la capital de España. Se llamaba Camisería Madrileña y estuvo funcionando en el corazón de la gran avenida hasta comienzos de los años treinta, cuando el negocio fue adquirido por una gran empresa que operaba en las principales capitales del país con el nombre de Almacenes los Madrileños.
La tienda de los Madrileños no llegó en el mejor momento. Apareció en escena en los movidos años de la República y cuando empezaba a ganar prestigio entre los almerienses la guerra civil le dio un golpe casi mortal del que ya no volvería a recuperarse, a pesar de que volvió a abrir sus puertas en 1939 y estuvo presente en la vida de la ciudad durante la década siguiente.
El negocio de Los Madrileños aterrizó en la ciudad dispuesta a ser la más competitiva en su género. Empujada por la fuerza que la firma tenía en otras capitales, llegó anunciando los mejores precios. Su eslogan decía “Sólamente los Madrileños pueden vender más barato que nadie”. Aunque su especialidad eran los tejidos, tenía un mostrador dedicado exclusivamente a la perfumería en cuyas estanterías se encerraban las mejores colonias que salían al mercado. La marca de la casa, además de las corbatas, los calcetines y el género de punto, eran aquellas fragancias que servían de reclamo a la clientela. Cuando los almerienses bajaban el Paseo podían cerrar los ojos y guiarse perfectamente por el olor de la confitería de la Dulce Alianza y por el perfume que exhalaba la tienda de Los Madrileños, unos metros más abajo.
La apuesta de Almacenes los Madrileños no fue fácil, ya que en los años treinta la competencia era muy dura, con negocios que explotaban con éxito el mismo mercado. En aquella Almería de los años treinta reinaban tiendas tan importantes como Almacenes San José, La Isla de Cuba, La Verdad, Marín Rosa, Las Filipinas, El Río de la Plata, Almacenes Morales y la Pajarita, entre otros, sin olvidar a los Grandes Almacenes El Águila que no solo triunfaban en el mundo de la moda, sino que también era un referente como perfumería y juguetería.
En esa lista de grandes comercios de tejidos destacaba La Pajarita, con aquel emblema de su pajarita de papel de color negro que tanto tiempo estuvo en la vida de los almerienses. No hubo un establecimiento mejor surtido en lutos que La Pajarita, la tienda que abrió el empresario José del Pino Castillo en el otoño de 1934.
A pocos metros de la Pajarita, reinaba otra gran empresa, La Tijera de Oro. Fundada en 1925 por Pedro Ramírez Salar, ocupaba un viejo caserón de dos plantas, con aire señorial, en la esquina entre la plaza de Manuel Pérez y la calle de las Tiendas, un sitio estratégico para el comercio de aquella época. Enfrente tenía la histórica Tienda de los Cuadros, y un poco más arriba la Casa de las Medias, otra negocio que hizo historia. En los años treinta se anunciaba como la primera casa de confecciones y contaba con un equipo de sastres propios y de modistas. En la fachada destacaba la figura de una gran tijera coloreada que por las noches se iluminaba para atraer la mirada de la gente. La tijera salía de uno de los balcones y se asomaba a la calle de tal modo que se podía contemplar desde la Puerta de Purchena y desde la puerta de la iglesia de Santiago.
En esa misma manzana aparecía otro gigante del ramo, El Río de la Plata de Fulgencio Pérez, que en los años treinta era uno de los grandes faros comerciales que iluminaban la vida de la Puerta de Purchena. El Río de la Plata destacaba por su importante volumen de ventas al por mayor y por los espléndidos escaparates que cada temporada presentaba ante el público.
La competencia de aquellos tiempos se medía en los escaparates de las calles, cuando la fuerza de un negocio pasaba también por la capacidad de atracción de sus vidrieras. Las exposiciones formaban parte de la vida de El Río de la Plata y cada vez que llegaban grandes novedades de París o de Barcelona, por la acera del escaparate mayor pasaba media Almería.
Entre aquellos grandes negocios de tejidos apareció en escena, en 1935, el de Marín Rosa, un joven empresario que unos meses antes del comienzo de la guerra civil abrió el establecimiento con su nombre en un local de sesenta metros que encontró en la calle de las Tiendas. José Marín Rosa contaba que su negocio permaneció abierto durante los tres años de guerra, que nadie se metió con él, aunque las autoridades republicanas le pusieron un control, o lo que es lo mismo, un vigilante que siempre estaba al acecho.
Al terminar la guerra las tiendas de ropa volvieron a recuperar el pulso de la actividad, pero algunas, como fue el caso de Almacenes los Madrileños, no pudo sobreponerse al golpe y acabó cerrando sus puertas en 1949.
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