Juan Rojas y los años del San Quintín

En 1962 el histórico delantero almeriense coincidió con otro grande en infantiles: Artero

Rojas, agachado, junto a Artero, con el balón en las manos, y sus compañeros Soto, Ortuño, Antoñito, Rivera, Moreno, Delgado, Camacho, Bonillo y
Rojas, agachado, junto a Artero, con el balón en las manos, y sus compañeros Soto, Ortuño, Antoñito, Rivera, Moreno, Delgado, Camacho, Bonillo y La Voz
Eduardo de Vicente
19:50 • 09 jun. 2024

En enero de 1962 había un equipo de niños que enamoraba en Almería. Era el San Quintín, que en la categoría infantil había conseguido reunir a dos fenómenos que a temprana edad ya destacaban de tal forma que entre los aficionados corría la frase “estos podrían vivir del fútbol”. 



En aquel equipo jugaron por primera vez juntos dos futbolistas inmensos como Juan Rojas y Chema Artero, a los que el destino volvió a unir doce años después, cuando ya como profesionales ambos formaron parte de la A.D. Almería que rozó el cielo y estuvo a punto de ascender a Segunda de la mano del técnico marroquí Ben Barek.



Rojas, en 1962, era uno de las estrellas del fútbol base almeriense, destacando por su habilidad y por la facilidad que tenía para marcar goles, tanta que en sus comienzos no jugaba de extremo como lo vimos después, sino de delantero centro para aprovechar mejor sus cualidades rematadoras. 



Rojas, de niño, era aquel compañero que todo el mundo quería tener en su equipo, el primero que salía cuando en las calles los capitanes montaban para ir formando sus equipos. Montar era el ritual que se organizaba para ir pidiendo jugadores. Los teóricos capitanes se ponían uno delante del otro a unos metros de distancia y dando pasos, un pie a continuación del otro, se iban acercando hasta que uno de ellos daba ese último paso que le permitía colocar el pie entre el suyo y el del adversario, lo que le daba derecho a elegir el primero y a llevarse al mejor.



Todo el mundo quería tener a Juan Rojas en su equipo: driblaba como un mago, remataba de cabeza con picardía y tenía un potente disparo con la derecha gracias a sus potentes cuádriceps, que según los entrenadores de entonces, fueron fundamentales para que triunfara en el fútbol.



Cuando el San Quintín jugaba en las que entonces se llamaban Instalaciones Deportivas de Educación y Descanso, popularmente conocidas como el campo del Gas, el lleno estaba asegurado para ver en acción a ese joven futbolista que llevaba la esencia del fútbol en las venas.



Rojas era el jugador estrella de aquel mítico San Quintín que fue la cuna de tantos buenos futbolistas de Almería en aquellos años complicados sin campos donde entrenar. 



Eran niños del barrio, de Ciudad Jardín, de Regiones, del Barrio Alto, muchos de ellos compañeros de colegio


Eran niños hambrientos de calle en una época en la que no había mejor regalo para un niño que el tiempo libre y la libertad que representaba un solar vacío o aquel páramo medio abandonado que se extendía desde la estación del tren al embarcadero del cable Francés, que los más pretenciosos bautizaron con el nombre de campo de los Arcos. 


Allí se retaban los equipos que surgían como flores de cada barrio: el San Quintín, el Almedina, el Carabela, el Cultural, el Majadores, el Urcitano, el Cámaras, el Lepanto, que organizaban sus retos en aquel improvisado complejo deportivo donde estaban a salvo de la vigilancia de los policías municipales, la eterna pesadilla del fútbol callejero.


Allí, en aquellos terrenos de tierra y matorrales dilapidaron sus ilusiones infantiles los pequeños héroes del San Quintín, el equipo oficial de Ciudad Jardín, que en vez de llevar el nombre de la barriada que representaba quiso homenajear a uno de los ídolos locales de aquel tiempo, el jugador del Almería Quintín.  Los más veteranos lo recuerdan como uno de los jugadores más importantes que han pasado por nuestra ciudad.


Como era habitual en aquellos años en los que sobraban las ganas y faltaban los medios, el San Quintín echó a andar sin otro equipaje que la ilusión por jugar al fútbol. Poco a poco, con el esfuerzo de muchos llegaron las primeras equipaciones: camisetas, pantalones, medias, y aquel primer balón de cuero con bragueta incorporada, que era un lujo pero también una tortura cada vez que alguien se atrevía a cabecearlo por el lado donde estaba la bragueta. 


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