El doping de la pastilla y el café

La rumorología hablaba de los cafés que preparaba Maguregui a los jugadores del Almería

El técnico Ben Barek (73-74) era muy amigo de las jeringas con vitamina B. En la foto un entrenamiento del Almería en el estadio de la Falange.
El técnico Ben Barek (73-74) era muy amigo de las jeringas con vitamina B. En la foto un entrenamiento del Almería en el estadio de la Falange. La Voz
Eduardo de Vicente
19:39 • 15 sept. 2024

Antes de que se popularizaran los batidos de proteínas, los polvos de creatina, las curvas de anabolizantes y las cucharadas de colágeno marino. Antes de que supiéramos de la existencia de los antioxidantes y del suero lácteo, teníamos un doping clandestino que vivía tan escondido que ni los propios jugadores que lo utilizaban sabían que lo habían tomado.



Había mucha rumorología al respecto y en las barras de los bares y en las gradas del estadio los domingos por la tarde siempre se escuchaba a algún aficionado contar que un entrenador les daba esto o lo otro a sus jugadores para que aguantaran con la máxima intensidad los noventa minutos.



Aquel doping casero, de farmacia de la esquina y mesa de camilla nunca se llegó a demostrar, pero posiblemente existió porque hubo jugadores que sin llegar a descubrirlo, nunca lo negaron.



Se contaba la anécdota de que un entrenador que tuvo el Almería era muy amigo de utilizar las populares pastillas de optalidón, aquel analgésico de color rosa que todos teníamos en nuestra casa, compuesto de propifenazona, de acción analgésica, y cafeína, estimulante del sistema nervioso central. Unas cuantas pastillas de optalidón disueltas en un termo de café una hora antes de los partidos recargaba el tanque de los jugadores y les permitía volar sin alas. 



Un centrocampista de la tierra que formó parte durante años de la A.D. Almería, contaba que en los tiempos de Enrique Alés como entrenador hubo un futbolista que en el café que se le preparaba al equipo antes de los partidos se encontró media pastilla sin disolver en el poso de la taza. Alarmado, el jugador se lo dijo al mister y éste, sorprendido, le echó el muerto al bueno de Claudio Pimentel, el masajista, que tuvo que inventarse la mentira de que aquello era una vitamina inofensiva.



El entrenador marroquí Ben Barek, que nos llevó a la promoción de ascenso a Segunda en la temporada 1973-74, era un enamorado de los complejos vitamínicos y cada cierto tiempo llamaba al enfermero Juan Estrella, practicante de futbolistas, para que le pusiera a sus jugadores unas inyecciones de vitamina B, de aquellas que resucitaban a un muerto. La que más se utilizaba en aquella época era el Becepal Crudo, que hacía efecto de verdad a costa de dejarte cojo del dolor durante una hora.



En los tiempos de José María Maguregui se decía aquello de “qué tomaran estos jugadores que parece que le han dado gasolina”. Todo el mundo se sorprendía de aquel equipo que corría sin parar, que presionaba sin desmayo, que nunca desfallecía. Se hablaba entonces de los preparados mágicos que bajo la batuta del entrenador vasco les preparaba el médico del club. Hubo quien afirmó que se mezclaban pastillas de anfetaminas con el café, aunque lo cierto es que nadie pudo demostrarlo jamás, y que como una vez dijo el recordado y querido Juan Rojas, “si alguna vez nos metieron algo en el cuerpo había que preguntarse también qué tomaban los contrarios”.



Aquel fútbol que disfrutamos en los años 70 conservaba la esencia del fútbol antiguo. Aquí, en Almería, mucho más antiguo que en ningún otro lugar porque mientras todas las capitales tenían su campo de hierba reglamentario, nosotros nos teníamos que conformar con el estadio de la Falange, que en vez de césped tenía matojos en las esquinas para el festín de las cabras. 


Por no tener, no teníamos ni un túnel de vestuarios decente ya que el que existía dejó de utilizarse porque no había ningún valiente que lo atravesara de tantas cagadas y meadas que allí se fueron acumulando.


No es de extrañar que cuando allá por el año de 1976 nos mudamos al Franco Navarro, nos creyéramos los más ricos del mundo y que esa fiebre contagiosa se convirtiera en una pócima milagrosa que nos llevó de Tercera a Primera División en tres temporadas, envueltos a una atmósfera festiva y empujados por un público entusiasta que fue el auténtico doping del equipo.



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