Subiendo por las calles del Quemadero, paralelo al Camino de Marín, aparece un barrio remoto anclado medio siglo atrás. Está a quince minutos de la Puerta de Purchena, pero la distancia es infinita viendo la basura que se acumula por sus descampados y la sensación de dejadez que te invade cuando pisas sus calles y miras sus casas. Vista desde lejos, podrían ser las casas colgantes de Sorbas, pero están más cerca, en la misma capital, en la popular barriada de las Trincheras. Son las últimas viviendas de la zona norte de Almería, en el mismo corazón de la Rambla de Belén, donde hoy cruza la autovía. Por estos caminos de tierra, por estos cerros de piedra y barrancos, pasaron los camiones y los tanques en el rodaje de la película Patton, en 1969. Tuvieron que ensanchar el puente que cruza el cauce seco para la película y las fachadas de las viviendas las encalaron para que el lugar pareciera un poblado del Norte de África. Muchas familias del barrio trabajaron también como extras. Desde entonces no han pasado por allí más que los vecinos que habitan el barrio y los senderistas que buscan las soledades del camino que va hacia Enix.
Para llegar hay que subir por la Plaza del Quemadero y coger el desvío de la calle Largo Caballero hasta que se llega a un puente corto y estrecho que une la pequeña barriada de las Trincheras con las primeras cuestas que anuncian la ascensión por un largo caracol que lleva hasta la sierra de Enix. Es el antiguo camino que en los años treinta del siglo pasado se ensanchó para convertirlo en una sinuosa carretera que unía la ciudad con los pueblos de la sierra. Una carretera de tierra construida sobre cerros pelados y al borde de impresionantes desfiladeros donde un descuido podía costar la vida. Las obras que transformaron este viejo sendero en carretera sirvieron en los tiempos de la República para aliviar la crisis de trabajo que existía en la capital, empleando a varias decenas de obreros que estuvieron adecentando el camino hasta que quedó dinero en las arcas de la administración.
Como el presupuesto no dio para mucho, la carretera quedó con un aspecto destartalado, primitivo, sin ningún pretil, sin señalamiento alguno, expuesto a la acción de las lluvias, más propicia para el tránsito de los ganados que para la circulación de vehículos, que era lo que se pretendía con este proyecto. Encanto Este viejo camino entre las montañas, que nace al norte de la ciudad, ha permanecido abandonado durante décadas, colgado del olvido, como si no formara parte de este tiempo. Sin embargo, en los últimos años este extraordinario paraje está recuperando la vida gracias a los senderistas y aventureros que han encontrado en sus rincones los lugares idóneos para perderse y alejarse de la civilización durante unas horas sin perder de vista la cercanía de la ciudad. Los fines de semana el camino de Enix se llena de vida gracias a los excursionistas que recorren sus cuestas a pie y de los grupos de deportistas que con sus bicicletas de montaña ascienden por ese laberinto de cuestas imposibles que parece sacado de otro siglo. Nada más comenzar la ascensión se tiene la sensación de entrar en otro tiempo.
De pronto se van amortiguando los ruidos entre la soledad de los cerros descarnados. El paisaje impresiona: apenas se ve un árbol y no hay más rastro de vegetación que las matas de secano que sobreviven expuestas a la acción de los vientos. Ya en los primeros kilómetros el caminante se encuentra, al volver la vista atrás, con una panorámica majestuosa donde la ciudad parece una acuarela con la bahía como telón de fondo. Si el día está claro los perfiles de la sierra del Cabo de Gata destacan como un gigante tendido sobre el mar. Qué distintas parecen las murallas y las piedras de la Alcazaba desde aquella perspectiva, las casas del barrio de la Chanca, los grandes bloques de edificios que deshumanizan la ciudad. En los más de veinte kilómetros de recorrido hasta llegar a Enix, el camino ofrece estampas llenas de belleza, que se acentúa con la soledad del lugar. La vegetación escasea y son escasas las viviendas en los rellanos de los cerros. Por allí discurren las cuencas de las ramblas de Belén y de Alfareros, con las lomas del Salto del Gallo, del Algarrobo y de Mojano, el cerro Gordo y el cercado de la Campita.
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