La Virgen del Mar que vino de Triana

El azulejo de la Patrona que había en la calle del Arco se fabricó en Sevilla en 1944

Mosaico de la Virgen del Mar que estuvo tres décadas en una pared dela calle del Arco. Fue bendecido en 1944.
Mosaico de la Virgen del Mar que estuvo tres décadas en una pared dela calle del Arco. Fue bendecido en 1944. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
19:33 • 07 ene. 2025

En el tramo de la calle del Arco que desembocaba en la Plaza Careaga, en uno de los recodos que formaban los viejos edificios del lugar, reinó durante más de treinta años un espléndido mosaico con la imagen de la Virgen del Mar. Era un cuadro de azulejo de 45x60 centímetros coronado por un tejado artesonado, que se mantenía sobre una repisa que hacía de base y estaba custodiado por dos artísticos farolillos de hierro que le proporcionaban una tenue luz de capilla que invitaban a la oración y a la contemplación. 



Aquel decorado tuvo su origen en una iniciativa del alcalde Vicente Navarro Gay, que en el verano de 1944, cuando se estaban terminando las obras de reparación de la calle del Arco, tuvo la idea de realzar el tipismo natural de ese rincón tan antiguo de la ciudad con un ornamento que acentuara su belleza. 



Pensó entonces en un mosaico artístico con la imagen de la Virgen del Mar que el ilustre empresario almeriense José López Quesada, presidente del Consejo de Administración de la sociedad López Guillén, había adquirido en Sevilla. Aquel hermoso azulejo había llamado la atención de cientos de almerienses que se pasaban por la vivienda del señor Quesada, en la calle Obispo Orberá, para contemplar el vistoso cuadro de la Patrona de Almería.



El alcalde, viendo el éxito del azulejo, no dudó en encargar uno idéntico para que decorara la fachada del rincón de la calle del Arco. Antes de que terminara el mes de junio, el Ayuntamiento de Almería se puso en contacto con la fábrica ‘Cerámica Santa Ana’, ubicada en la calle de San Jorge en el barrio de Triana de Sevilla, la misma que había creado el mosaico de la Patrona de la casa de José López Quesada. 



El alcalde tenía mucho interés en que la obra estuviera terminada para el mes de agosto y así poder estrenarla en los días de Feria, cuando la ciudad estallaba en fiestas en honor de su Virgen del Mar.  El encargo se realizó en el tiempo previsto y antes de que comenzaran los festejos, el azulejo de la Patrona ya estaba en Almería. El precio final que hubo que pagar al fabricante fue de 255 pesetas, una cantidad importante en plena posguerra, pero que mereció la pena ya que el cuadro tuvo una gran aceptación popular. 



Bernardo Martín del Rey, que fue archivero municipal desde junio de 1939, contaba que aquel mosaico que decoraba la vieja fachada de la calle del Arco le recordaba a un antiguo oratorio que existió en el barrio, propiedad de la marquesa de Careaga, que desapareció en el siglo diecinueve. 



El azulejo sevillano no sirvió únicamente de adorno para realzar la belleza de la noble calle del Arco, sino que se convirtió de manera espontánea en un pequeño oratorio donde los fieles que pasaban se paraban unos segundos a rezar. De vez en cuando, aparecía por el rincón alguna persona devota de la imagen que aprovechando la soledad del lugar se arrodillaba delante del mosaico. Cuando cruzaban por la calle y llegaban a la altura del retrato de la Patrona, se persignaban en señal de respeto. Una de las fieles de la imagen era la señora Carmen, la mujer que le hacía la comida y cuidaba de don Felipe Sánchez Sánchez, que fue beneficiado de La Catedral durante aquellos años. Carmen era una profunda devota de aquel mosaico de la calle del Arco y todas las semanas lo visitaba para adecentarlo. Venía desde su casa, en la Plaza de Castaños, cargada con un cubo; pedía una escalera prestada a un vecino y se subía para dejar el cuadro inmaculado. “Carmen, que se va usted a matar”, le solían decir cuando la veían allí arriba, y ella siempre contestaba la misma frase: “Si me caigo será porque así  lo manda la Virgen”.



A comienzos de los años setenta frecuentaba la calle del Arco un extraño personaje con la cabeza rapada, vestido con un estrafalario traje azul y sandalias. Parecía un fraile desorientado, que ensimismado en su mundo y ajeno al que lo rodeaba, se postraba ante la imagen de la Virgen y con los brazos en cruz hablaba con ella sin importarle la gente que pasaba a su lado ni los niños que lo acosaban gritándole: “el loco, el loco”.


Cuando terminaba de rezar en la calle del Arco se iba a la plaza de la Catedral y volvía a ponerse de rodillas, ahora delante de la estatua del Obispo Diego Ventaja, frente a la torre del reloj.  Al terminar escalaba por el pedestal para besar los pies de bronce del prelado.


El azulejo de la Patrona se conservó intacto durante tres décadas, sobreviviendo al ocaso imparable de la propia calle del Arco. A comienzos de los años setenta, el lugar conservaba aún el suelo empedrado y casi todos los edificios antiguos, tan llenos de historia y de historias como estropeados. Para los niños del barrio, el abandono de la calle era una buena noticia porque allí encontrábamos la oscuridad que necesitábamos cuando queríamos escaparnos de las miradas ajenas. 


Las casas antiguas se fueron quedando vacías entonces y poco a poco se transformaron en fantasmas. En 1976 derribaron el edificio en cuya fachada reposaba el mosaico de la Virgen del Mar, que por arte de magia desapareció para siempre. Diez años después aquel entorno de la Plaza Careaga sufrió otro duro golpe cuando fue declarado en ruina el espléndido caserón de tres fachadas que se extendía por las calles de Emilio Ferrera y el callejón del Arco.


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