Esta Semana Santa, todo va a salir mal
Desde el Domingo de Resurrección de 2019 hasta el Domingo de Ramos de 2022 han transcurrido 1.092 días.
Aunque en este tiempo algo nos hemos podido echar a la boca (en octubre de 2019 salió la Esperanza y en septiembre de 2021 lo hizo el Señor de Salud y Pasión para abrir la senda del regreso a la normalidad), lo cierto es que habrán pasado 2 años, 11 meses, y 25 días sin Semana Santa. Toca volver a salir, reencontrarnos y hacer lo que manda la tradición.
Esto también traerá consigo el regreso de ciertas actitudes típicas que el pregonero, Antonio Salmerón, definió en pocas palabras hace tan solo unos días en el Teatro Apolo: “Los almerienses somos así, los cofrades somos así… y ya los cofrades almerienses somos…”.
Dicho de otra manera, en solo unas horas, Almería se inundará de capirotes y, con ellos, llegará una oleada de críticas. La nueva carrera oficial traerá consigo problemas y cruces inesperados que harán que los horarios de más de una hermandad se incumpla irremediablemente.
Además, las estéticas sillas de madera instaladas como novedad por el Ayuntamiento de Almería serán vistas por muchos como un incómodo complemento a eso de hacer penitencia.
En unas horas, todo estará mal. En cuanto salga el primer paso a la calle, las aceras se inundarán de sesudos análisis sobre el lento caminar de tal cofradía o la falta de costaleros de cierta cuadrilla. Por supuesto, se criticarán religiosamente las levantás cedidas a políticos, la falta de previsión de alguna hermandad y, como complemento novedoso para este 2022, la policía de balcón bajará a pie de calle para contar escrupulosamente y sin compasión alguna cuántas mascarillas van debajo de cada paso.
Todo mal.
Todo muy mal.
Cofrades de Almería, nazarenos de silla, espectadores de calle estrecha, apuntad bien: esta Semana Santa todo va a salir mal.
O, al menos, eso dirán las voces críticas que se esfuerzan día sí, día también, en empañarlo todo. Aquellos que parecen sufrir cuando otro disfruta. Los que parecen que prefieren que la felicidad viva encerrada (y más si es la cofrade).
Los que, acostumbrados a vivir en lo amargo de su propia bilis, nadan en la crítica a lo ajeno como pez en el agua.
Esos para los que nunca será suficiente nada, y para los que todo esta mal no se perderán ni una procesión de la que bautizarán como la peor Semana Santa de la historia.
Y no digo yo que tengamos que ser sucesores de Mr. Wonderful con túnica o costal, ni mucho menos. El buenismo es uno de los peores lastres de la Semana Santa, y hacer las cosas con amor y devoción no es suficiente, claro.
Pero este año, quizás, toca vivir y disfrutar. Disfrutar de vivir. Cerrar los ojos para sentirlo todo mejor y más cerca, viajar a las Semanas Santas del pasado para volver a estar sentados entre nuestros abuelos, abrir los ojos para ver qué carrera oficial hemos construido entre todos, alegrarnos de que Manuel va a vivir su primera Semana Santa y que Carmen va a vestir por fin túnica colorá junto a su padre. Que una nueva túnica acompañará a la Soledad este Viernes Santo, que volverá a oler a incienso y sí, volverán las pipas y los globos de Mickey Mouse. Qué más da, qué tiene de malo.
Esta Semana Santa, la del regreso, no estará hecha para los paladares más selectos. Habrá mil fallos, todos nos equivocaremos (intentando acordarnos de cómo se hacía y corriendo apresurados para disfrutar del reencuentro) y los errores se sucederán día tras día. O quizás no, quién sabe.
Pero ganaremos todos. Volveremos a la calle, la devoción popular se abrirá paso y ya no habrá vuelta atrás. El parón se habrá acabado. Ya habrá tiempo de pulir, proponer y criticar con su puntito de acidez. Pero por ahora, toca vivir. ¿Todo mal, amargados?
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