Almería es irrelevante y tampoco le preocupa mucho dejar de serlo. Esta afirmación (con la que unos estarán más de acuerdo que otros) podría ser válida para múltiples temáticas que afectan a esta isla peninsular que es Almería, ya sea por la incomunicación o por la falta de inversiones de distinta clase y condición. Pero no es el caso. Esta vez el aislamiento es religioso, y casi que elegido por el propio aislado, que se mueve mejor y con más comodidad en la intrascendencia de puertas para fuera. Porque Almería es irrelevante, y esta vez lo ha sido por decisión propia.
La pasada semana, Sevilla acogía el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, la segunda edición de un evento histórico que se celebró en 1999. El congreso tuvo como mediático colofón una procesión de clausura que reunió a la Macarena, el Gran Poder, la Esperanza de Triana, el Cachorro y cuatro patronas de la archidiócesis hispalense, pero fue mucho más que eso: durante cinco días, Sevilla acogió ponencias, mesas redondas, exposiciones, conciertos y misas en las que la gran protagonista fue la religiosidad popular, ese fenómeno que va mucho más allá de la fe para impregnar no pocos ámbitos sociales y que se vive con especial intensidad en Andalucía.
Y en ese contexto, Almería fue totalmente irrelevante. Con una honrosa excepción: José Rafael Soto, presidente de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Almería acudía invitado por el Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla a las últimas jornadas del congreso y la procesión magna. Lo hizo solo, sin compañía eclesiástica ninguna que reforzara la presencia del representante de las cofradías almerienses.
Lo que hicieron otros (y lo que hicimos nosotros hace 25 años)
Basta echar un vistazo fuera de ese muro que son los límites de la provincia de Almería para comprobar que lo nuestro se trata de una anomalía, que fuimos el perro verde aislado e insignificante, y es que todas las diócesis andaluzas con capital de provincia en su territorio contaron con una importante presencia en el congreso. Menos Almería, claro.
Antes de arrancar este viaje por la Andalucía que sí estuvo, la Andalucía religiosa que sí cree en la piedad popular, la apoya y la acompaña, es necesario rememorar algo. Tal y como me recuerda Manuel Vicente Barranco tirando de la hemeroteca de su memoria, hace 25 años, don Juan López, entonces consiliario de la Agrupación, fue a la primera edición del congreso. Lo hizo acompañando a personas como Rafael Leopoldo Aguilera, Miguel Cazorla, Carlos Salvador y Juanma Montes. Además, Fray Miguel Sagredo, franciscano en San Agustín y director espiritual del Silencio y la Caridad, concelebró una de las misas en Sevilla con los obispos presentes, acudiendo al congreso acompañado de Fernando Salas Pineda, que no se perdió ni una sola de las ponencias. ¿En esta edición? Nada.
¿Qué hicieron los demás en esta segunda edición del congreso internacional? Vayamos por partes. De Granada fue su arzobispo, José María Gil Tamayo, para presidir una de las misas. También acudió el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Granada y pregonero de la Semana Santa granadina de 2014, Juan Jesús López-Guadalupe Muñoz. Desde Jaén fue otro ponente, Francisco Juan Martínez Rojas, que es deán de la imponente catedral jiennense y delegado episcopal de Patrimonio Cultural de la Diócesis de Jaén. Por su parte, el obispo de Málaga, Jesús Catalá, fue a Sevilla para presentar la primera de las ponencias del congreso, a cargo del cardenal Rino Fisichella. De la Diócesis de Huelva acudió como parte de una de las mesas redondas Santiago Padilla Díaz de la Serna, actual Presidente de la Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío, foco indudable de devoción popular internacional. Desde Cádiz acudió también su obispo, monseñor Zorzona, que presentó al cardenal Marcello Semeraro en su ponencia. Y desde Córdoba fue su obispo, Demetrio Fernández, para presentar al cardenal José Tolentino de Mendonça, ponente del congreso. Qué decir de Sevilla, cuyo arzobispo estuvo más que presente, que puso a las Hermanas de la Cruz a hablar públicamente por primera vez en su historia y que desplegó sus mejores escenarios para unas jornadas históricas. ¿Y desde Almería? Nada.
Así las cosas, el congreso y Almería no fueron ni tan si quiera agua y aceite. Fueron, directamente, dos planetas distintos, alejados y desconocidos el uno para el otro, con Soto como único astronauta capaz de atreverse a pisar suelo extraterrestre para ver cómo es ese otro mundo, el de la devoción popular, que a la Iglesia de Almería le resulta tan ajeno.
Porque, más allá de las invitaciones que recibiera o no el Obispado de Almería para estar y participar en el congreso, lo cierto es que ningún alzacuellos ha parecido tener la inquietud suficiente como para acudir a este evento internacional y de relevancia indiscutible simplemente para ver qué se cuece. Para escuchar. Para aprender. Para estar, simplemente eso. Ni un consiliario, ni un miembro de la curia diocesana, nadie.
Y no deja de ser paradójica la ausencia de la Iglesia almeriense en el congreso. No en vano, recibimos con todos los parabienes al Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla con Paco Vélez a la cabeza cuando vino a Almería a presentarnos el evento. Allí estuvieron el obispo, el delegado episcopal para las hermandades, la alcaldesa... Fuimos buenos anfitriones, pero no hemos sabido devolver la visita.
Cabe pensar que a la Iglesia no le interesa la religiosidad popular que nace del amor de los almerienses. O, quizás, simplemente es más cómodo permanecer en un segundo (o tercer) plano, lejos de los focos mediáticos, no vaya a ser que los de fuera conozcan lo nuestro, les guste y nos convirtamos en un parque temático para cofrades. O a lo peor preferimos ser irrelevantes, también en esto.
Las relaciones públicas pueden dar pereza. Aprender de otros es cansado. Darse a conocer es todo un reto. Pero, al igual que la formación es necesaria para los cofrades, también lo es estar donde hay que estar. A menos que prefieras seguir siendo irrelevante.
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