Nunca tuvo la barra del Califa tantos aficionados a un club italiano como hasta hace unas horas; nunca tuvo Garrucha tanta querencia a la mortadela napolitana como ayer, cuando saltaron al campo los jugadores del campeón de Italia con su entrenador, Rudi García, observándolos evolucionar en el césped desde la banda, como se observa navegar a un barco velero desde la orilla.
Porque Rudi, ese entrenador respetado en todos los campos de Europa, ese técnico espigado con mandíbula batiente, tiene algo de marino, como sus antepasados, en esa playa junto a la que abre sus balcones el Califa, el bar preferido del pueblo de su padre y sus abuelos, donde este preparador tiene casa y fonda y donde regresa siempre que pueda a respirar el mismo yodo de su niñez.
Porque antes que el Estadio Diego Armando Maradona, fue el Salar, el Salar del tío Porreras, donde el joven Rudy junto a José el Gallito y otros hijos de emigrantes garrucheros a Francia componían equipo para enfrentarse a los muchachos garrucheros de entonces. Eran partidos a los que llamábamos con el pomposo nombre de Españoles contra Franceses, dándole dimensión de partido internacional, cuando solo éramos cuatro críos persiguiendo un balón bajo la calima de agosto, tras un día de olas y arena.
Pero allí estaba Rudi, ese Rudi que ayer intentaba parar a Bellingham sin conseguirlo, como el mejor de todos: el más alto, el que mejor chutaba, el que mejor regateaba, el que mejor tiraba las faltas; ese Rudi, como el Gran Berruezo de Garrucha que fue a probar al Madrid, nieto del tío Diegote, que emigró a Francia tras la Guerra e hijo de José el Francés, un buen futbolista proletario que llegó a jugar en el Sedán. Ese Rudi, que ayer miraba de tú a tú a Carletto Ancelotti, a quien no pudo doblegar, mantiene aún familia en Garrucha, como la de José el Tercio, y amigos como Miguel el Mudo, Pedro el Rajao, Pedro el de la Leocadia o Domingo el Pichino. Allí, a Garrucha, el pueblo de los veranos de su niñez, su Verano Azul particular, con su Chanquete y con sus barcas, vuelve siempre que puede a tomarse una cerveza con los amigos, a recordar esos partidillos que jugaba en el Salar y en el Vista Alegre, antes de ser un cotizado entrenador, antes de ser un prometedor centrocampista que tuvo que retirarse por una traicionera lesión.
Después inició su carrera como técnico en el Lille, Roma Lyon, Marsella y en el saudí Al-Nass de Cristiano Ronaldo, hasta volver a Europa, a la ciudad, al campo donde jugó Dios. Allí trata de mantener al Nápoles en la aristocracia del Calcio, aunque no lo tiene nada fácil, empezando por el planchazo de hace unas horas contra los de Ancelotti. Pero Rudi, el capitán de los Franceses en aquellos partidos juveniles del salar, debe saber que ayer Garrucha entera -o casi Garrucha entera- iba con el Nápoles.
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