La pasión según Fellini (V): Ginger and Fred

“Desamparados en la última estación de penitencia que queda pendiente”

Juan Sánchez
Jacinto Castillo
20:59 • 14 abr. 2022

Han sido muchos años de silencio, puede que también de soledad. Pero, hoy es el día del encuentro de Ginger y Fred. Ellos no se llaman así pero no importan los nombres en esta noche. 



Antes de verse con Fred, después de tantos años, Ginger trata de digerir un asomo de amargura que se le ha instalado en la boca del estómago mezclada con unas gotas de esperanza. Ella sabe que no tienen sentido ninguna de las dos sensaciones y trata de dominarlas. Camina rumiando un revoltijo de sensaciones rumbo a la Plaza Careaga donde espera encontrarse con Fred, después de casi toda una vida. Se escuchan los tambores desde el corazón de la ciudad histórica y ella acelera un punto sus breves pasos de mujer.   



Ginger no ha tenido tiempo de tintarse el pelo y luce esa plateada cabellera de todos los días que le iluminan el rostro. En la cafetería donde se encontraron por primera vez, hace casi medio siglo, hay ahora una tienda de ropa. Ginger se para ante el escaparate y simula estar interesada en las prendas que lucen los maniquíes que parecen vigilantes de seguridad cuando no excursionistas de asfalto. Aquel fue un año apenas sin procesiones. Tomaron un chocolate caliente después de la última cena que compartieron y después pasearon del brazo hasta la iglesia de Santiago para escuchar las saetas de despedida a la Soledad. Otra vez la soledad. 



Fred camina apoyándose en el bastón como si solo fuese un mero adorno de su elegancia de viejo caballero. La vida es demasiado corta como para esperar tanto tiempo. Camino de la cita con Ginger se repite una y otra vez que no debe entregarse al relato de sus dolencias ni al rosario de adversidades que ha sido su vida por mucho que haya conocido un calvario detrás de otro. Ahora está en camino para encontrarse con Ginger sin saber cuál será su aspecto, su perfume o el brillo de su mirada. Por la calle Campomanes le adelanta a un grupo de jóvenes que ya va tarde para salida de la procesión y Fred se repite una vez más que no debe caer en el pesimismo, que debe regalarle una noche exquisita a esa mujer en la que nunca dejó de pensar. Una noche sin caer en el error de pedir un perdón que no ha lugar. 



Ginger y Fred son diferentes. Solo coinciden en que ambos se sienten desamparados en la última estación de penitencia que les propone la vida. Apenas les quedan unos metros para reconocerse. Nadie repara en ellos. A nadie le han contado que tienen una cita después de cuarenta y tantos años. Ya no importan la paciencia ni la pasión. Es solo una noche pendiente, una victoria contra el tiempo. 



Fred llega primero y se detiene en el centro de la Plaza. Ginger ya le ha visto y se dirige al hombre que se apoya en un bastón con un cierto aire de estrella de cine. Se cogen de las manos sin decir nada hasta que Fred se atreve a hablar: 



- Esta noche si me darás un beso… ¿verdad? 




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