Soñaba con ser un galán a lo Cary Grant y tuvo que conformarse con protagonizar al eterno villano. A Eduardo Fajardo esa sonrisa bondadosa que con el paso del tiempo se convertiría en entrañable no le bastó para representar el papel que anhelaba, pero sí para granjearse el cariño sincero de una tierra, Almería, a la que llegó en los 60 en plena eclosión del western europeo, y de donde nunca se marchó. Una tierra que llora su muerte ayer, a los 94 años, durante uno de sus viajes a México, país al que viajaba a menudo porque allí residen cinco de sus seis hijos.
183 las películas, 75 obras de teatro y unas 2.000 intervenciones en la televisión de España y México no impidieron que en los últimos años el intérprete gallego (Meis, Pontevedra, 1924-México, 2019) se convirtiese en una presencia que pasaba desapercibida en la ciudad con una sola excepción: los aficionados al cine que se acercaban a él con admiración y respeto reverencial, a la espera de recibir consejos y escuchar la enésima anécdota. Primero con bastón y luego en silla de ruedas, Fajardo paseaba los achaques de la vejez con la dignidad que otorga poseer una personalidad incansable.
Según destacaba ayer en ‘Hoy por hoy’ de la Cadena SER Almería el periodista y escritor especializado en cine Juan Gabriel García, resulta muy interesante repasar su trayectoria porque abarca casi la totalidad de la época moderna del cine español. “Arrancó en los años 40 con aquel cine de cartón piedra, luego hizo las Américas, trabajó mucho en México, y en los 60 se produjo su encuentro con Almería, en plena época de apogeo del western europeo, subgénero donde se convirtió en toda una celebridad”, apuntaba en la radio.
Eduardo Fajardo fue una de las estrellas del cine que tanta fama dio a Almería aunque le faltó una muesca en el revolver: ponerse a las órdenes del gran Sergio Leone. “Trabajó con los mejores, por ejemplo con Sergio Corbucci, y fueron varias las películas que rodó en Almería aunque paradójicamente su papel más importante fue en una producción que no se filmó aquí, ‘Django’, en la que se inspiró Quentin Tarantino para ‘Django desencadenado”, señala García, quien lo trató de cerca gracias a proyectos como su libro ‘Los españoles del western’, donde le dedica el capítulo ‘La elegancia del villano’.
Los últimos largos en los que participó fueron en los ochenta pese a que posteriormente apareció en cortos como ‘Las diez y diez (pasajeros al tren)’, de José Antonio Sánchez Picón. Y un dato que pocos conocen: comenzó como actor de doblaje, de hecho, es la voz principal de ‘Macbeth’ de Orson Welles.
Conexión Almería
¿Y qué enganchó a Fajardo de Almería para que no se quisiera marchar nunca? “Hacía una defensa férrea de la provincia: hablaba de la hospitalidad de sus gentes, de lo bien que lo habían acogido, destacaba que venir aquí representaba una especie de desconexión respecto a lo que ocurría cuando rodaba en grandes ciudades, pues participó en muchas coproducciones y trabajó bastante en Italia, por ejemplo. En Almería decía que, desde el punto de vista cinematográfico, lo que se encontraba era la verdad y el dramatismo de los paisajes”, contestaba.
En 2016, el día antes de cumplir 92 años, desveló que quería donar sus recuerdos “al pueblo de Almería”. Más de cincuenta trofeos y reconocimientos que dan fe de seis décadas en la profesión, fotografías de su carrera en la pantalla e imágenes junto a autoridades y celebridades, piezas de arte...
Al margen de lo relacionado con el cine, su legado en la provincia incluye una labor social que benefició a numerosas personas con discapacidad que, gracias a su constancia y en colaboración con la Federacion Almeriense de Asociaciones de Personas con Discapacidad (FAAM) y Teatro sin Barreras de la ONCE, pusieron en pie obras de teatro.
Reconocimientos
Recordado por papeles como el de la serie de los ochenta ‘Tristeza de amor’, Eduardo Fajardo recibió la Medalla de la Cultura de la Provincia y el Premio ‘Almería Tierra Cine’ de Almería en Corto, hoy el Festival Internacional de Cine de Almería, Fical.
Además, contó con el honor de descubrir la primera de las placas del Paseo de las Estrellas de Almería, en la calle Poeta Villaespesa, junto al Teatro Cervantes de la ciudad. Aquella tarde de abril de 2012, confesó con humildad haber olvidado lo que iba a decir ante “tal demostración de amor”. “Doy mi palabra de que no recuerdo lo que había ensayado, pero os juro que hoy soy el hombre más feliz del mundo”, expresó. Y sus emocionados ojos azules y su sonrisa bondadosa confirmaron que así era.
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