“Una alumna me dijo: ‘La enseñanza online es un rollo patatero’ y es verdad”

Entrevista a la profesora del IES Alborán-Manuel Cáliz Mariángeles Martín Gallegos

Mariángeles Gallegos trabaja como profesora en el IES Alborán-Manuel Cáliz (Foto: Antonio Almécija Molina).
Mariángeles Gallegos trabaja como profesora en el IES Alborán-Manuel Cáliz (Foto: Antonio Almécija Molina).
Marta Rodríguez
07:01 • 24 oct. 2021

Hija de emigrantes criada en Dalías, Mariángeles Martín Gallegos trabaja como profesora de Lengua y Literatura del IES Alborán-Manuel Cáliz y se confiesa amante del senderismo y de la cultura. Forma parte de la Universidad Popular Celia Viñas y defiende que la burocracia no puede coartar la verdadera esencia de la educación, que no es otra que la de acompañar al alumno a lo largo de su vida académica.



¿Cómo es ser profesor en el siglo XXI?



Somos profesores de la manera en que podemos, en la que nos dejan y en las que cogemos nuestra esfera de libertad. A las mujeres y los hombres que ejercemos la noble profesión de la enseñanza nos tienen bastante fiscalizados. Este oficio requiere muchísima honestidad y libertad porque somos una especie de brújula. Hemos recibido nuestra educación de personas que nos han legado una forma de estar en el aula, sin embargo, cada vez hay más burocracia, lo que nos coarta a la hora de estar con el alumno. Ser profesor significa tener vocación, no es ganarse el pan de cada día. Es una actividad que se elige con todo el amor del mundo para aprender nosotros también del alumnado todos los días. 



Imparte clases de Lengua y Literatura, ¿supone un doble desafío luchar contra el hecho de que las Humanidades cada día están más arrinconadas y se lee menos?



La asignatura de Lengua y la Literatura cada vez tiene menos horas y es una materia que exige muchísima atención y libertad a la hora de practicar en el aula aquello en que creemos. El problema es que nos sentimos acosados por la tantísima burocracia que tenemos que hacer fuera del trabajo en el aula. Programar, justificar y atender a una diversidad de alumnos de todas las situaciones y problemáticas. Yo no me siento preparada para ejercer esa labor y, ciertamente, hoy no hay recursos para afrontar esta realidad.



La enseñanza es una profesión a veces ingrata, hay pocas veces en que te sientes satisfecha, pero por una vez que te sientes así merece la pena. La realidad es que no se debería permitir que hubiera unas leyes educativas tan cambiantes, porque cada partido político cambia la ley de la Educación y eso un Estado no debe permitirlo. La educación debería blindarse y convertirse en algo más eficaz y más libre.



¿Las tecnologías son aliadas o abotargan la mente de los jóvenes?



Las dos cosas: son aliadas, porque no podemos renunciar a sus recursos, pero su abuso incurre en déficit de atención. La realidad es que los niños acusan cada vez más un déficit de atención, tienen menos capacidad de expresión y comprensión y faltas de ortografías. Y si consiguen un teléfono móvil, que es una herramienta valiosa a la hora de la consulta, han de estar en continua vigilancia para no ir a otras plataformas. Es un distractor enorme.


El gran problema del alumnado de hoy es que les cuesta atender a lo que se les explica. El balance entre lo bueno y lo malo que aporta la tecnología, según mi experiencia, es que ha mermado esa capacidad expresiva y compresiva. Bien utilizada es magnífica, pero resulta difícil encontrar ese equilibrio.


¿El alumnado ha aprendido menos en la era de la Covid-19?

El día en que nos incorporamos a la educación presencial, el primer saludo fue de una alumna que me dijo: 'Esto de la enseñanza online es un rollo patatero, no me he enterado de nada'. Y es verdad. En la formación a esas edades, entre los 12 a los 18 años, no es que seamos imprescindibles, es que la presencia del profesor es fundamental.


Es ahora con las mascarillas y ya es difícil. No solo se enseña a través de la pluma y la tiza, es que necesitamos estar visibles con todo el cuerpo, es un feedback continuo. Se trata de ser nosotros en cuerpo y alma para que nos escuchen. Tenemos que estar frente a frente para que sea eficaz. Yo no soy capaz de llegar a una persona a través de una pantalla.


Admira a la maestra y escritora Celia Viñas, ¿le explica a sus estudiantes quién fue?

Sí, en Almería Celia Viñas es un referente de la educación y yo les hablo de ella a los alumnos de la ESO y soy una ferviente admiradora de ese gusto por la enseñanza de los niños y de los poemas tan cercanos a su sensibilidad.


Cuando me encuentro casi al final de mi carrera, considero que Viñas es un referente para que siga encendido el fuego de la actividad en las aulas. Abandonar las aulas es un duelo y eso lo he visto en muchos compañeros y es increíble cómo, a pesar de su corta vida porque murió muy joven, esa huella, ese rescoldo, quedó vivo en sus alumnos. Celia fue una figura primordial en Almería que permite tomar consciencia de lo que significa ser docente. 


¿Y cuál es la misión de la Universidad Popular a la que da nombre?

Esto surgió con un grupo de personas de la cultura de esta ciudad con ganas de participar en los barrios y adoptar otro punto de vista. Queremos lograr una gran participación e impulsar la cultura, la ciencia y las artes plásticas creando una comunidad de educación y la cultura para aquellas personas con necesidades de expresión que no cuentan con un cauce o un lugar de encuentro. La idea es despojar la universidad de ese matiz académico e inaccesible. 


¿Necesita Almería un revulsivo para implicarse en la defensa de su ciudad?

En Almería estamos trabajando a contracorriente, porque le falta respeto por su patrimonio. Yo vivo en un piso 11 y tengo una visión panorámica de la ciudad y veo su crecimiento y su desatino. Ciertamente, también estoy en una torre y soy consciente de que estorbo a mucha gente a pesar de que es antigua. Pero puedo decir que veo poco respeto por el patrimonio y construcciones con desprecio por lo que ya hay. Esa forma de demoler un Toblerone que podía haber sido un lugar de encuentro me parece muy triste.


No sé si nos falta conciencia o que somos demasiado dóciles y lo permitimos todo. En cierto modo, la culpa también la tenemos nosotros porque hacen falta personas que se impliquen para hacer las cosas bien, cuidar de la historia y mantener limpia la ciudad. Es necesario que haya un compromiso cívico. El otro día el poeta Juan José Ceba y yo nos encontramos la estatua de Nicolás Salmerón de Puerta de Purchena llena de plastilina y la limpiamos como un gesto humilde. Eso demuestra que desde la nobleza se pueden hacer muchas cosas, siempre hay un lugar para aportar algo. 


No quiero despedir esta entrevista sin recordar al escritor Pepe Criado, figura a la que sé que se siente muy afín.

Yo nací en Francia porque soy hija de emigrantes, pero me crie en Dalías y allí lo conocí. No solo fue amigo mío, sino que constituyó un verdadero faro por su gusto de la literatura y su forma de estar en el mundo. Lo llevo en mi alma.


Le íbamos a hacer un homenaje antes de la pandemia y hay que recuperar esa actividad porque es una deuda que tenemos con él y que queremos saldar con todo el amor del mundo. Se me saltan las lágrimas cuando me preguntan por Pepe porque yo lo sigo echando de menos. Fue vital en mi vida y en la de las personas que lo tuvieron cerca.


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