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Llega a recogerme como si de un superhéroe se tratara, luce el escudo de Capitán América. Las ventajas de compartir ruta con un compañero, amigo y hermano llegan al punto de tener el transporte y el café incluido.
Desayunamos junto a dos de los lugares que marcaron su infancia y su juventud, la SAFA y la parroquia de San José. Y es que si algo es Alfredo Casas es alguien arraigado a su barrio, a sus raíces que le vieron nacer en la calle Olmo y crecer en Sor Policarpia. Ese barrio en el que continúan su familia y amigos, y que han heredado sus hijos.
Ya desperezados comenzamos la ruta. “De mi barrio, ese en el que nací, casi no queda nada”, afirma Alfredo con nostalgia pero sin tristeza. Y es que toda esa parte antigua del Barrio Alto está, con muchos años de retraso, en pleno proceso de transformación y claro, muchas de las viviendas ya no existen.
Caminamos hacia esa zona antigua, la que está más allá de la calle Real del Barrio Alto, cuando nos encontramos con “la calle de las cabras”. Creo que mi cara de sorpresa ante la definición es suficiente para que entre risas me explique que esa calle, la de San José Obrero “siempre se ha conocido así porque el cabrero tenía su casa aquí y todos los días pasaba por aquí con el rebaño, y se le quedó el nombre. Ni siquiera cuando el santo sale en procesión se le llama San José Obrero, y mira que le da nombre”.
Túnicas
Sigo los pasos de Alfredo Casas que se detiene a las puertas de un local de la calle Fuente Nueva. Nos asomamos “a ver si está Encarna” que estaba sumergida en la costura de montañas de volantes y lunares (la ruta se realizó antes de la Feria de Almería). “De este taller y de las manos de Encarna salen la mayoría de las túnicas de la Hermandad de Perdón” me explica mientras me encuentro con el cartel que anunciaba la salida del ‘Cristo del Fuego’ el pasado Martes Santo. En semanas los lunares darán paso a las telas negras.
Seguimos hasta la calle Patrón. Explica Alfredo Casas que allí estaba el cine de su infancia. Era de esos con “su ambigú, sus butacas de madera, pantalla grande y sesión doble por cinco duros” que compartía los domingos por la tarde con su padre.
Recuerda sonriente que fueron a ver “la película era ‘Yo hice a Roque III’, de Fernando Esteso y Andrés Pajares, y claro, cuando llega el momento en que empiezan a salir muchachas desnudas en una piscina, mi padre se quería morir (risas). Yo disfruté”.
Me señala además los restos de lo que fue “ la terraza de verano Oriente”. Un espacio que él solo vio abierta como cine pero que su padre le había contado que “había funcionado como sala de espectáculos. Se hacían conciertos durante la feria, en las fiestas del barrio, e incluso se realizaron algunas veladas de boxeo”.
Se gira y casi como si todavía pudiera notar ese olor a barrica me cuenta como “en el edificio donde ahora está Sonydal estaba la Bodega Estrella. Alguna vez vine con mi padre. Era de esas antiguas con barriles antiguos, ese olor típico de madera bañada en vino y a garbanzos tostados” puede que comprados en la cercana Rambla Belén de Manu Artero.
Comenzamos de nuevo el camino cruzando la Plaza Mula y alcanzando la calle Olmo. Paramos en el número 28, no hay nada que ver más allá de un solar. Alfredo se pone casi en el centro, pone sus brazos en jarra y me dice, ahora sí con tristeza, “aquí justamente nací yo. Si ahí (señala al inicio del solar) estaba la puerta, ese era el salón, más o menos aquí estaba la habitación de mis padres y esto (señala al suelo) era losa de mi casa”.
Esta ya desaparecida vivienda de la calle Olmo no era propiedad de sus padres, la tuvieron alquilada durante años y cuando se marcharon se tapió. Tras un breve silencio, posiblemente rodeado de mil imágenes mentales a toda velocidad, Alfredo me cuenta como al final de esa calle estaba la fragua de su abuelo. “Era herrero y tenía una fragua con mi tío que era muy famosa. Aquí venían de toda la provincia y siempre había colas de caballos para ponerles las herraduras”.
Tras recordar la huerta de flores que había a la espalda de su casa, seguimos camino pasando por la puerta de “Pepe ‘el serio’. Era Policía Local, la máxima autoridad en el barrio”. Aunque para autoridades las que se reunían en la bodeguilla ‘Los Siete Días’ donde se juntaban para beber vino.
Bombardeo
Llegamos donde estaba “la tienda de Manolo ‘el de las bolas’ porque vendía bolas de carbón para las cocinas” y nos detenemos junto a las viviendas de la Plaza Béjar. “ En esta plaza había un refugio durante la guerra y en él dieron por muerto a mi padre”.
Contuve la respiración y abrí mucho los ojos mientras esperaba el resto de la historia. “Mi padre era casi un recién nacido, nació justo en el 36, y un día sonó la alarma del bombardeo. Mi abuela salió corriendo a refugiarse y se le cayó de los brazos, lo pisotearon con la avalancha de gente. Cuando ya se restableció el orden y empezó a salir todo el mundo del refugio mi padre no aparecía. Lo encontraron en el carro de los muertos. Mi abuela lo sacó para enterrarlo y alguien le ayudó colocándole bien el cuello y reanimándolo. El caso es que sobrevivió y gracias a eso estoy yo ahora aquí”. Aún con los pelos de punta y tras un suspiro seguimos nuestra marcha.
Llegamos a la calle Ángel Ochotorena, allí casi por casualidad nos encontramos con la hermana de Alfredo que me lleva a lo que queda del antiguo lavadero al que iban las mujeres del barrio. “Tenía unos jardines preciosos, llegaron a usarlo incluso en una película allá por finales de los setenta que a pesar de haber buscado, he sido incapaz de encontrar”, me explica mi guía.
Nos despedimos y, sin la mochila de antaño, emprendemos la ruta que el pequeño Casas hacía camino de la Sagrada Familia, su colegio, su segunda casa. En el camino me cuenta como el Barrio Alto de entonces “era de esos de sacarse las sillas a la calle para huir del calor, de cenar todos juntos mientras jugaban al parchís, y si la noche era calurosa, mi padre sacaba la hamaca y ahí dormía”.
De aquella época nos encontramos algunas casas en pie, algunas rehabilitadas y otras muchas en mal estado en nuestro camino hasta llegar a la puerta de la SAFA. “Este ha sido mi colegio, mi zona de ocio. Si me preguntan por algo que me recuerde mi infancia, de mi juventud, es el colegio”. Allí, en la emisora escolar ubicada en el actual comedor, descubrió su vocación, esa que le ha llevado a ser el periodista más reconocido de Almería.
Hace memoria mirando alrededor y ‘su’ colegio le viene a la mente. “Este parque no existía, aquí había unos jardines con una fuente enorme en el centro. Aquel edificio (el más nuevo al otro lado del patio) no existía. Había edificación baja en los que había unos talleres de madera y ese del fondo funcionó como reformatorio”.
En su memoria guarda como “había un relieve de Franco y José Antonio Primo de Rivera que tengo el gusto de haberme cargado a pedradas”. Pero su relación con la SAFA siguió cuando se terminó su etapa educativa. Allí hacían “quedadas para campamentos de verano, había cita en Navidad cuando volvían los que estudiaban en Granada. Teníamos una asociación de antiguos alumnos que nos mantenía unidos al centro” y ahora sigue estándolo gracias a sus hijos.
San José
Solo con cruzar la calle llegamos a “otro lugar de ocio del barrio, la iglesia”. En su juventud la iglesia de San José de la mano del párroco Antonio Sánchez Segovia, “se convirtió en un centro de reunión para los chavales hasta con una asociación juvenil”. En los bajos de la parroquia donde hay un gran salón social “se han celebrado nocheviejas, fiestas de los 60, bailes...” al igual que han pasado horas en la biblioteca del templo.
Pero para Alfredo Casas lo más importe que ocurre en San José es la fundación de la Hermandad de Perdón que le corre por las venas desde 1980. Entramos a la iglesia actual, nos paramos frente al Cristo del Perdón de Domingo Sánchez Mesa y comienza el relato: “Era un grupo de chavales con la intención de que ésta fuera la imagen titular. Entonces estaba en el altar y se había dejado de bajar hacía mucho tiempo. Convencieron al cura para dejar procesionarlo pero nos iba dando largas. Llegó el Viernes de Dolores de 1981 y dijo que no argumentando que era difícil de bajar, que se podía estropear, y se les invitó a irse”. Fue entonces cuando “recalamos en Santiago y se empezó a procesionar con el Cristo pequeño que hay a la izquierda del altar hasta llegar al actual de Palma Burgos” .
A pesar de todo no se ha olvidado a ese Cristo de Perdón y como homenaje, el hermano mayor antes de empezar a procesionar con la banda, viene aquí y le hace una ofrenda floral. No tuvo él la culpa.
Acabamos la ruta y volvemos con la mochila llena de anécdotas que se quedan para otra ocasión, pero que se contarán.
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