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Queríamos una guerra y ya la tenemos, la estamos teniendo. Hablo de mi generación, la del baby boom, la primera en esta provincia que comimos con la mesa puesta, la que fuimos descubriendo el mundo bajo el arco iris de los 80, la que nos hemos estremecido de melancolía con la reaparición de “las risas que nos hacíamos en la Cabaña del Turmo”; queríamos una guerra y ya está aquí, una guerra no de trincheras ni de bayonetas, sino de batallas para levantar una provincia que va a quedar muy tocada por esta ofensiva biológica en la que todos estamos perdiendo algo; queríamos un guerra para mirar de tú a tú a nuestros padres, a nuestros abuelos, y ya la tenemos: una guerra taimada que mella día a día nuestra capacidad de resistencia; queríamos una guerra para quitarnos complejos de ‘Generación bien’, la que vinimos al mundo con el Seiscientos de los 60, con las botellas de Puleva en el frigorífico y con los payasos de la tele alegrándonos las tardes de pan y chocolate.
Nos criamos escuchando a nuestros mayores decirnos lo afortunados que éramos con nuestras carteras llenas de cuadernos, con nuestro botiquín surtido de penicilina, con nuestro saloncito de skay y nuestra cocina con vajilla Arcopal. Después crecimos, queriendo bailar como el de Dirty Dancing y besar como el de Love Story. Pillamos las últimas discotecas con bola en el techo y granadina en la barra e inauguramos la nueva ola de los pubs. Nos pilló el COU y la Selectividad y empezamos a viajar a Londres a aprender inglés. Lo teníamos todo, o casi todo, mientras nuestros padres solo tuvieron hambre y palos. Ellos fueron la generación de la dura posguerra, de la estrechez, a los que los Reyes Magos les echaban dos naranjas, porque comer era el mayor regalo. Nosotros vinimos con un pan bajo el brazo, con una EGB de diseño, con nancys y geypermanes, con zapatos Colegiales y trencas para abrigarnos. Cuando Franco se murió, nosotros no entendíamos mucho todo aquello -la democracia, el cambio, el amor libre- no fuimos protagonistas, nos pilló muy pequeños, pero nos hemos beneficiado de aquellas cosas. Después, el mercado laboral nos acogió con los brazos abiertos -Jóvenes Aunque sobradamente preparados (JASP) nos llamaron- aunque ya tardábamos más de la cuenta en irnos de casa, aunque ya empezaba a haber tensiones ante tanta aspiración universitaria y tan poca querencia a apretar tornillos.
Queríamos una guerra, porque teníamos complejo de nuestros padres, y ya la tenemos; queríamos una guerra, los de la Generación X, los antecesores de los Milennials y de los Centennials y de todos los que vendrán, y nos ha estallado en las manos cuando ya somos cincuentones, o casi, cuando más valorábamos el tiempo como momentos, no como horas, cuando más queríamos salir, viajar, cultivar el cuerpo y el espíritu antes de llegar al final del camino; queríamos una guerra, la guerra de todos nosotros, y ya la tenemos, ya podremos contar batallitas- como nuestros padres, como nuestros abuelos- al grito de “Un, dos tres salvado, por mí y por todos mis compañeros”.
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