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Ayer me recordó mi amigo Armando que seguimos sin saber nada de Membrives. No sé ustedes, pero a veces me da fijación por alguien y ya no lo suelto de mi cabeza. Qué estará haciendo estos días fulano, a qué se dedicará mengano. Y a zutano, ¿le habrá dado por aprender a hacer tortillas? Quizá la falta de acción nos haga pensar demasiado en personas. Pero en mi caso no es el confinamiento. Hace tiempo, me dio una temporada por pensar en voz alta en la oficina qué habría sido de Carmen Sevilla, tan alejada ya de todo. Y ningún compañero me supo contestar. Deseo que estés bien Carmen, en la medida de lo posible.
Esperemos que este acuartelamiento no de lugar a una industrialización de la tristeza y que no nos volvamos todos excesivamente melancólicos. Lo cierto también es que -admitámoslo- hicimos grandes planes para el encierro, cuando creíamos que, con horas y horas hogareñas, íbamos a poder completar todo el bricolaje de nuestra vida, íbamos a poder ordenar todo los dvds, todos los papeles descarriados, íbamos a poder dar un curso de chino mandarín. Y ahora, que vemos próxima la liberación, como la vio un día de mayo Antonio Muñoz Zamora en un campo alemán, caemos en la cuenta de que todos nuestros planes se quedaron en eso.
Ayer descubrimos también que a partir de ahora pertenecemos a una fase, como el que pertenece a una Cofradía, y que juntos caminaremos con hambre bajo el sol en busca de la Tierra Prometida que será la Tercera Fase, donde todos nos encontraremos libres del virus original, donde el sol brillará. Parece que en Almería estamos en puestos de salida y nos preguntaremos entre provincias de qué fase somos como el que pregunta de qué horóscopo eres. Pero mientras tanto, viviremos días de dudas, de guirigay, en los que cada uno mirará por los suyo para ver cuándo puede retornar a la actividad. ¿Qué hay de lo mío? preguntan los hosteleros, los zapateros, los dueños de los cines; ¿Y de lo mío?, rogarán los obispos y la Liga de fútbol y los de la Romería del Peine y los novios que se iban a casar. Casi dos meses sin noches de bodas, sin lunas de miel como la de Sabina, sin lectores en las bibliotecas, sin consumo de americanos. Cuando dentro de un siglo, cuando ya no estemos ninguno de nosotros por aquí, los estudiosos de las estadísticas se volverán locos pensando qué pasó en estos dos meses en los que no pasó nada.
Hace un mes todo era tranquilidad y buenos alimentos y ahora el panorama es como el del Titanic en el que todos los sectores aprietan para desembarcar los primeros.
Y a veces no caemos en la cuenta de que esto es inédito, que no ha pasado antes, que no hay receta como para una tarta de manzana, que es difícil cuadricular una realidad tan poliédrica, que no podemos hacer como hicieron los europeos al trazar con cartabón las fronteras de Africa. Y habrá que lidiar con ese dilema entre la salud y la economía, entre la bolsa o la vida, sin ignorar que no podemos quedarnos tres años en casa, porque si no morimos del coronavirus, moriríamos de pena.
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