El equipillo de Andújar Oliver

En 1964 nació el equipo infantil del Muebles Jumi, en la barriada de Los Molinos

El equipo de infantiles del Jumi en un partido jugado en el estadio de la Falange.
El equipo de infantiles del Jumi en un partido jugado en el estadio de la Falange. La Voz
Eduardo de Vicente
21:55 • 22 sept. 2024

Se jugaba contra todo: contra el equipo del barrio más cercano, contra los niños que venían a pedir un desafío, contra los compañeros del mismo equipo, contra la voluntad de los padres que le temían al fútbol como a una vara verde, contra la falta de instalaciones, contra la pobreza de un tiempo donde había quien por jugar lo hacía hasta descalzo.



Así, luchando contra las adversidades, nació allá por 1964 el equipo que patrocinaba la tienda de Muebles Jumi, de la barriada de Los Molinos. Al frente, como alma del proyecto, estaba un apasionado por el fútbol, Juan Andújar Oliver, que desde niño tenía claro por dónde iba a ir su camino. Con su don de gentes, con su habilidad para moverse entre los estamentos federativos, consiguió un equipo de camisetas, largamente deterioradas, pero un equipo en suma. 



En el Jumi había niños que años después destacarían el fútbol. Allí estaba Pepe Navarro, que tantos éxitos cosechó como entrenador; Antonio el Mirlo y Paquillo Bartolo, que llegaron a vestir la camiseta de la A.D. Almería. Uno de los pilares del equipo era Juan Carrasco, que hacía las funciones de entrenador, así como Ernesto Miranda, que colaboraba en todo lo que se le pedía. 



En la fotografía de este reportaje, de 1966, se puede ver, de pie a: Juan Martínez, Roberto Pardo ‘el Ático’, Jatonio, Carrasco, Antonio Úbeda, Ernesto Miranda, Juan Vidal, Antonio y Salvador. Agachados: Pepillo, Larita, Mirlo, Pepito Navarro, Juan Andújar  y Bartolo. Detrás, acompañando al equipo: Antonio Zapata y Juan Caparrós.



El Jumi no nació para ganar torneos. Nació por pura pasión, por la fe de aquellos chiquillos de barrio que encontraban en el fútbol el camino más directo hacia la felicidad. Salían del colegio y con el bocadillo de la merienda en la mano se iban en busca de un solar para organizar un partido, sin temor a dejarse una rodilla entre las piedras o a mancharse la ropa del colegio y ganarse después el castigo de las madres.



Entonces, a los equipos de barrio se les llamaba ‘equipillos’ de forma cariñosa, porque era el nombre que mejor se adaptaba a su inabarcable humildad.  A veces se retaban dos equipos sin otra indumentaria que las ropas que llevaban puestas, por lo que era muy habitual que para diferenciarse, uno de los rivales se desnudara de medio cuerpo hacia arriba para evitar confusiones. 



Era el fútbol de los retos entre calles y entre barrios. Se jugaba a todas horas y en cualquier parte. No hacía falta un campo reglamentario, cualquier anchurón o descampado se  podía transformar en un estadio. Sólo eran imprescindibles los niños y el balón, ya que las porterías se levantaban con dos piedras o con las carteras a la salida del colegio. 



Se jugaba a menudo en la playa, en el campo que había quedado libre cuando se derribo la vieja fábrica del gas, en los terrenos de Naveros junto al balneario de San Miguel y en un lugar que llamaban el campo de Los Arcos, debajo del puente de piedra que iba desde la estación del tren al cable de mineral francés. Se jugaba también en las mismas calles de tierra, pero había que estar vigilantes por si aparecían los guardias municipales, que tenían órdenes de combatir el fútbol callejero que tantas heridas dejaba en las fachadas de las casas y en las bombillas que iluminaban la ciudad. 


Los niños de la Plaza de Pavía montaban allí mismo su campo de fútbol antes de que se instalara el mercado definitivo, mientras que los de La Chanca jugaban en el puerto. 


Los niños del Barrio Alto se formaron en la Plaza de Béjar, peloteando en la tierra que cubría la explanada del refugio de la guerra civil. La Plaza de Béjar  fue el corazón del barrio en la posguerra. Tenía el sabor de los lugares escondidos por donde nunca circulaba un coche. De allí salieron algunos futbolistas famosos que se iniciaron en el deporte correteando por aquel anchurón callejero y organizando desafios en los bancales abandonados de la Vega


De allí era Juan Rojas Peña, el querido futbolista local que llegó a Primera División con el Almería. Rojas nació en la misma Plaza de Béjar, en una casa de planta baja que hacía esquina con la entrada a los pilones donde iban las mujeres a lavar la ropa. De la Plaza de Béjar era Pedro ‘el Chalecos’, un defensa central que también tuvo sus escarceos con el Almería, y Juan Goros, uno de los grandes rematadores de la época. Un día, a finales de los años cuarenta, un personaje conocido como el Bustos, que iba por las calles con una cesta cargada de platos para cambiarlos por las alpargatas viejas de la gente, tuvo la idea de organizar un equipo de niños para que pudiera participar en las competiciones locales. De aquella iniciativa nació el San Lorenzo, que tantas ilusiones repartió entre los chiquillos del Barrio Alto. Jugar en un equipo organizado significaba mucho entonces. Para la mayoría de aquellos niños fue la primera oportunidad de tener una camiseta con un escudo en el pecho. Significaba jugar con un pantalón de deporte y tener la sensación de que realmente ellos formaban un equipo. Algunos tuvieron también sus primeras botas, aunque la inmensa mayoría siguieron jugando con las sandalias de goma que durante décadas fueron el calzado universal de los niños pobres de los barrios. Jugar con las sandalias dejaba después un rastro inconfundible, una huella negra mezcla de sudor y del polvo de la calle. 


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