Por fin, el Viernes Santo, fue un día normal dentro de esta rarísima Semana Santa de 2024. No hubo cambios de recorrido, no hubo suspensiones, no hubo retrasos esperando a que el tiempo cambiara. Y, sin embargo, había algo diferente en todas partes.
Se notó ya en la salida del Entierro, la primera de la tarde. Un viento helado, gélido, subía el Paseo de Almería para darse de bruces contra la imponente urna del Sepulcro almeriense, que bajaba solemne directa hacia la carrera oficial. No era un día normal. No era un Viernes Santo más.
Se percibía aún más a las puertas de Santa Teresa, donde la salida de la Caridad se enfrentó a las peores rachas de viento del día, directas desde el mar y poniendo en apuros al anónimo nazareno que portaba la cruz de guía, al icónico muñidor que anuncia el avance de la cofradía, al penitente que se sujetaba el capirote e incluso a Santa Marta, que se vio envuelta en el sudario de la cruz en más de una ocasión.
Y frío, mucho frío.
Pero se notó sobre todo unos minutos después, en la puerta de Santiago. Fue al salir Ella, la Virgen de la Soledad, una de esas devociones capaces de aunar a almerienses de toda clase y condición y cofrades de distintas casas bajo un manto sin más palio que el cielo de Almería. Allí, al salir el paso, encajó la pieza que faltaba. En el frontal del paso estaba la vara de hermano mayor, en duelo y despedida de José Carlos Ibáñez, Bubu. Era el primer Viernes Santo que faltaba, después de que nos dejara sin aliento el pasado mes de diciembre, a unas pocas horas de una procesión extraordinaria que nunca llegó a celebrarse, porque no había nada que celebrar.
Era, de hecho, el segundo año consecutivo que esa vara iba ahí, después de que el año pasado la Soledad estuviera aún más de luto que un Viernes Santo normal tras haber fallecido Luis Criado, quien también fuera hermano mayor de la Hermandad de la Soledad.
Fue tan raro, fue tan frío, fue tan atípico el Viernes Santo en el corazón, que ni el final fue el habitual. Al llegar la Soledad de regreso a Santiago, empezó la avalancha de saetas, pero tuvo que terminar antes de tiempo: unas gotas empezaron a caer, poniendo punto final de golpe y porrazo a la estación de penitencia. Y fue meterse la Soledad y llover, como queriendo el cielo despedirse del día y del Bubu. O como queriendo el Bubu hacernos notar que estaba, sin estar. Dios sabrá.
Y todo lo que pasó el Viernes Santo de 2024 lo presidió, bajo una Soledad especialmente enlutada, la vara de hermano mayor. La vara del Bubu.
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