Elegantes tragedias (y VII): Tren rojo

Séptima y última entrega de una serie de siete relatos negros sobre Némesis de Peláez

La Voz
Mar de los Ríos
16:28 • 27 ago. 2020

Almería, 1950



Fue en el 29. Se llamaba Leni Riefenstahl. Llegó a mi vida de la mano de un torero de la tierra, Currito de Almería. Era una hermosa actriz alemana del cine mudo. Venía de rodar su última película en el Desierto del Sahara. Cómo acabó este galán autóctono interpretando al salvador de la diva sobre un alazán, nunca lo supe. Cuando los conocí ella bebía los vientos por el torero. En Alemania era ya muy famosa y anhelaba rodar su ópera prima como directora, sobre una adaptación de la primera novela de Hernest Hemingway, Fiesta. El guion se basaba en un triángulo amoroso formado por una enfermera, un periodista norteamericano y un torero. La festividad de San Fermín constituía el telón de fondo, retratando una España muy valiente ante las bestias y por domesticar en todo lo demás. A Leni le fascinaba el lado salvaje del mundo, lo que se traducía en su pasión por los hombres torvos. Yo, que abrí mis ojos en Cuba, que crecí como mulata blanca, que fui adoptada, que me convertí en mujer en Granada, para acabar mis pasos en Almería, no le presté nunca atención a eso de la pertenencia. Sueño con ella a menudo. 



Y nada más poner un pie en el puerto de Almería, Currito comenzó a moverse para llevar a cabo el proyecto de su adorada Leni. Para ello pensó en contar con el apoyo de mi esposo, el inspector Peláez. Le habían dicho que era un hombre joven, culto y amante del cine. Nos citamos en la Taberna del Puga una noche de sábado. Entonces mi marido llevaba cuatro años en el cargo y yo ejercía como enfermera de la Cruz Roja. El torero hizo de traductor cuando nos sentamos con la estrella de cine en una mesa de la taberna. En Almería nadie la reconocía. Quería rodar algunas escenas de su película en nuestra ciudad usando las vías del tren del Cable Inglés. Tenía una toma en mente que auguraba como crucial en el desarrollo de la adaptación del libro original, una pelea entre el torero y el periodista americano por el amor de la enfermera sobre el techo del tren. Le parecía fascinante y visualmente muy potente. Ella misma interpretaría a la protagonista y Currito daría vida al bravo torero. El resto del elenco iba a determinarlo en los próximos días. Si la ciudad colaboraba, eso podría traducirse en numerosos ingresos. Querían alquilar un día ese puente de hierro sobre el que un tren oxidado trae mineral de hierro todos los días al puerto. Si mi marido les ayudaba a que las autoridades les diesen el visto bueno, Leni contactaría con sus poderosos productores de Alemania y le mandarían un equipo de camarógrafos, junto con el actor que hiciese de periodista. Todo pintaba maravilloso y nos ilusionamos enormemente. ¡Una película en Almería! Pedimos varias raciones de pescado y bebimos más vino de lo que estábamos acostumbrados. Tanto, que ofrecimos hospedaje a Leni en nuestra casita de la plaza Campoamor. 



*****



Esperábamos ansiosos que el tren de Madrid llegase pronto con un grupo procedente de Berlín. El alcalde de Almería y el mismísimo gobernador se habían entrevistado con la diva alemana. Estaban encantados de contar con una celebridad del cine internacional que iba a hacernos pasar a la Historia. En aquellos años estábamos bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera que, junto con un rey partidista, habían sometido al país a un estado militar. Las esperanzas de democracia se ahogaron con el golpe del 23. Los movimientos obreros y sus virulentas huelgas fueron la excusa perfecta para acabar con el proyecto de república, que llegaría en el 31 y que moriría antes nuestros ojos en la sangrienta contienda. Primo de Rivera personificaba al militar catalán de mano dura que dominaba la España de entonces. De hecho, el gobernador de cada provincia desde el año 25 era un tentáculo de su cabeza de pulpo. El nuestro fue quien se encargó de levantar pasiones entre los peces gordos. 



Los productores le mandaron a Leni desde Berlín el guion corregido, donde el lugar del periodista norteamericano era ocupado por un oficial alemán que había sido encarcelado injustamente después de la gran guerra y que iba a redimirnos con un nuevo orden mundial. Al principio la alemana no estuvo muy de acuerdo, pero en cuanto vio el despliegue de medios que estaban dispuestos a poner a su disposición, aceptó los cambios. Yo chapurreaba el inglés, de manera que pudimos deshacernos de Currito por las tardes para ir de compras por la calle de la Tiendas. Aquellas tres semanas fueron quizá las más hermosas de mi vida. Nada hacía presagiar la tragedia.



Pero mi recuerdo más vivo, después de que hayan pasado veintiún años desde aquel espantoso otoño, es el de la tarde del 29 de septiembre. Llegamos las dos cargadas de paquetes. Leni dijo que iba a darse un baño y yo salí al patio a fumar un pitillo. Allí encontré a mi marido, había regresado aquella tarde muy pronto de la comisaria.



—¿Dónde está Leni? —. Me dijo sin mirarme, cortando en seco mi canturreo.


—Qué susto, no te esperaba tan pronto, mi amor. Se está bañando. Hemos comprado al menos doce cortes de vestidos maravillosos y luego hemos visitado a las modistas y si hubieses visto sus caras de felicidad..., ¿qué pasa, José?


—Me dijiste que no la investigara, que por una vez en mi vida me dejase llevar y disfrutara. Por supuesto no te hice caso. Soy policía todas las horas del día, Némesis. La cuestión es que encontré entre sus baúles un libro que al principio no me decía nada. Mein Kampf es su título, ¿sabes cómo se traduce? Mi Lucha. Tiene dedicatoria del autor, que copié y que me tradujeron: A mi adorada actriz favorita, firmado: Adolf Hitler. Es el líder de la extrema derecha que está subiendo como la espuma en el poder alemán. Él es el productor de la película, Némesis. Esta tarde ha telegrafiado desde Madrid el mismísimo presidente del gobierno, avisando de que mandará a varios militares para presenciar el inicio del rodaje. 


—¿Y eso te preocupa?


—Sabes que soy sobrino de quien soy. Pensé que alejándonos de Granada podríamos vivir tranquilos a pesar del golpe militar. Pero me temo que con este proyecto hemos metido al lobo en nuestra cueva. ¡Claro que estoy preocupado!


Lo tranquilice, lo emborrache, le hice el amor más de lo habitual, minimicé su análisis con tal de que mi policía no se interpusiera en lo que, entre otras cosas, ya no había quien lo parase.


Los veinte alemanes llegaron y tomaron el hotel Simón. Fueron en todo momento muy correctos con nosotros y Leni me contrató como asistente personal. Incluso me platicaba para que la acompañase a Madrid y Pamplona en el resto del rodaje. Reconozco que estaba totalmente feliz. Y ciega.   


Los militares de Madrid llegaron el jueves siguiente. Currito hizo de traductor en una gran cena que el Ayuntamiento nos dispensó a todos en el Círculo Mercantil. Leni se había empeñado en pagarme un hermoso vestido de fiesta que, decía mi José cuando me vio bajar las escaleras, bien me podría servir para interpretar yo a la bella enfermera. Parece que estoy viendo todavía sus ojos brillando con aquel poso de escepticismo.


Al día siguiente comenzó el rodaje. Trajeron desde Granada una preciosa locomotora de vapor roja con un vagón de pasajeros que se ajustaba a las vías del Cable Inglés. La escena de Currito y el actor alemán dándose golpes por el amor de la protagonista que viajaba dentro del vagón, era el objetivo del primer día. Contrataron a varios extras para llenar los asientos y animaron a mi marido a que participase como uno de ellos, concretamente que se sentase al lado de Leni. ¡Saldría en primer plano en el filme, qué ilusión! Yo andaba con el personal de rodaje desde la playa de las Almadrabillas, asegurándome de que no faltase nada de lo que pedían. Mientras tanto disfrutaba orgullosa de las escenas, de ver al tren cómo iba y venía con los dos héroes sobre el techo. La gente se iba arremolinando en la playa y la policía tuvo que hacer un cordón de seguridad. Varios camarógrafos rodaron desde todos los ángulos posibles. Al caer la tarde, bajaron a los extras del vagón, también a la bella Leni. En esa última toma el tren rojo no llevaba a nadie peleando sobre su techo y aquello me dio un mal pálpito en el último segundo. Porque esta vez la locomotora no paró al final del cargadero del mineral como en todas las veces anteriores, cayendo majestuosamente al mar y trazando un arco sublime. El punto es que mi esposo, Paquita y Concha Yebra viajaban en aquella última toma. No pudieron escapar por ninguna ventana. Fue Paco, el buzo del puerto, quien rescató a los tres cadáveres del amasijo de hierros, rompiendo un cristal. Los alemanes y los gerifaltes españoles salieron corriendo rumbo a sus guaridas con Leni y Currito a la cabeza. 


Cuando al día siguiente por la tarde regresé del cementerio a mi casa de viuda, todos mis cajones estaban desmantelados. Nunca supe si encontraron lo que buscaban, supongo que algo que ratificara el parentesco de mi José con su tío Fernando de los Ríos, el prestigioso político de izquierdas que luchaba en la sombra contra el régimen fascista y que dos años después sería ministro de Justicia de la Segunda República. 


Al tiempo tuve noticias de Currito desde Perpiñán donde me contaba que había montado una tienda de sombreros cordobeses. Me decía que Leni decidió prescindir de sus servicios en la frontera. La diva había recibido un encargo mayor, el de realizar películas en formato sonoro y en color para fomentar el régimen del Nacional Socialismo alemán. No le contesté. El resto es historia, sus cintas ayudaron a florecer la propaganda Nazi pese a que ella lo siga negando y se haya escapado de la justicia humana de manera bastante sibilina. 


Veintiún años no han sido suficientes para acallar mi pena. Las lágrimas, ahora como entonces, me resbalan por la cara mientras el sonido de mis zapatos acompaña mi vuelta a nuestra casa de la plaza Campoamor. La novedad de hoy es que arrugo las palabras de otro moribundo que me ha hecho llegar desde Granada, fechadas hace una semana, a 24 de diciembre de 1950: 


Señora, sé que me muero y no quiero hacerlo sin decirle que yo fui el maquinista de aquel fatídico día en el que acepté no estar al mando de la locomotora en la última toma. Me arrepentí toda mi vida. Pido su perdón para dejar este mundo en paz


Me choco con unos niños que van cantando villancicos. Solo espero que le llegue a tiempo mi telegrama: Infierno, el, veremos, en, nos. Intento ahogar mi llanto con las cinco palabras que componen mi mensaje de año nuevo para él y para el resto de mi vida, que se entiende las ponga como las ponga. 


Porque sigo sintiendo su aliento sobre mi nuca, el del muerto que cargo sobre mis hombros desde entonces. Mi único amor. 


Temas relacionados

para ti

en destaque