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Apretaba el calor. El sol castigaba desde lo más alto y a pesar de lo molesto de la luz, tuve que renunciar a las gafas de sol que se empañaban con el vaho que subía desde la mascarilla.
Terminaba la calle Almanzor y arrancaba la subida a la Alcazaba temiendo que el confinamiento me pasara factura (no me equivoqué). Al llegar a la puerta exterior la encontré entreabierta, no me veía nadie así que me colé por la rendija. Bajo el arco de la puerta de la Justicia me esperaba disfrutando del ‘viento’ fresco Arturo del Pino.
Se intuía su sonrisa bajo la mascarilla. Era su último día como director del conjunto monumental, sus últimas horas en la que ha sido su casa durante tres años. Posiblemente ese caluroso paseo que compartimos fuera el último antes de marcharse a Sevilla. Iba a ser una ruta especial, más vinculada a los sentimientos creados en la rutina de su día a día, esos rincones de los que se enamoró, que al patrimonio.
Choque de codos -la seguridad es lo primero- y arrancamos el recorrido. Esta entrada de la Alcazaba es uno de los puntos del monumento que mayores satisfacciones le han traído, el principio del fin de las humedades. “Se habían hecho proyectos pero no se había dado con las causas” así que “se hicieron excavaciones arqueológicas y analíticas que les llevaron, junto a la Universidad de Sevilla, a descubrir que el forro colocado en la muralla sur en una de sus restauraciones tiene alita, un tipo de yeso que absorbe la humedad, funciona como un forro y no la deja salir y a veces cristaliza haciendo rotos en la muralla por lo que se retiró el forro y adiós humedad. Cree que después de esto puedo irse diciendo que “se puede hacer e invitar al siguiente a que siga”.
Camino
Además, en esas excavaciones descubrieron restos de una torre -un revellín del siglo XVI- de la que había pruebas documentales pero no físicas. Todo lo hecho en esta zona de la fachada sur permite ver “las miles de reparaciones que ha tenido en sus más de 1.000 años de historia. Arreglos que se deben más a los importantes terremotos que ha vivido que a los asedios o asaltos militares” pero que cuentan su historia.
Cruzamos el arco y nos encontramos con los jardines del primer recinto. “Aunque son de época contemporánea, me gustan mucho porque siempre he concebido la Alcazaba como una fortaleza de biodiversidad” explica. Sobre el emplazamiento musulmán se encuentran, más allá de la ya famosa colonia de gatos, multitud de aves, camaleones, las cabras que hacen escala durante la noche y hasta culebras que dan nombre a una de las fuentes del jardín ideado por el arquitecto Francisco Prieto Moreno en la primera mitad del siglo XX.
Nos damos un respiro -cosa que agradezco- bajo los árboles. Solo se escuchan las chicharras y el agua de la fuente de la estrella. Allí está “probablemente el segundo jardín más grande de la ciudad” por lo que “es normal encontrarse a gente que solamente sube a pasear, a leer, a disfrutar de su patrimonio natural”.
Nos acercamos a la muralla norte y nos asomamos al ‘balcón de La Hoya’ que tanto ha cambiado en los últimos meses. “Siempre que me asomo a este ‘mirador’ pienso en el potencial que tiene. Está el patrimonio de la propia Alcazaba, las murallas, el Cerro de San Cristóbal, restos del Canal de San Indalecio, canteras históricas, restos arqueológicos que sabemos que están en la propia explanada, en la zona de la reserva sahariana hay aljibes, balsas, tapiales a flor de piel... Hay patrimonio de la Guerra Civil y si incluimos el barrio aparecido en el Mesón Gitano podemos decir que estamos ante uno de los espacios culturales más importantes de toda Europa”.
Gestión
Ahora que se marcha, y que nada se sabe del futuro, sí que pone sobre la mesa la necesidad de que todo ese patrimonio se gestione de forma unificada “como un parque cultural y no tanto como un patronato. Es necesario un plan, un proyecto que le permita echar a andar”. Escrita queda la propuesta, ya quien lo lea recogerá o no el guante.
En esa muralla norte también se ha trabajado estos años en las excavaciones realizadas al otro lado de esa “puerta de socorro” ubicada junto a la balsa romana exterior y conectada en época almohade con una calle hasta el complejo hidráulico, por lo que “todo apunta a que servía para defender y proteger un punto de agua”.
Avanzamos hasta el muro de la vela, el frontal de la primitiva Alcazaba del siglo IX que se encontraba en el segundo recinto y en el que se puede ver esa campana del siglo XVIII que alguno se ha quedado sin poder tocar a pesar de sus peticiones virtuales a Arturo del Pino. Más allá de las bromas de aquel que quiere rescatar el oficio de ese campanero, nos fijamos en esos tramos de tapial y ese trocito de torre del antiguo muro.
Pero habíamos avisado que más que de historia hoy la ruta por la Alcazaba era de recuerdos, de rincones. Uno de ellos lo ocupa en el corazón de Del Pino la Alberca de los Nenúfares. Obra de Prieto Moreno y con una concepción muy alhambrista, es uno de los espacios que han llevado el cine a la Alcazaba y la Alcazaba al cine. “Ver las escenas rodadas aquí es emocionante. ‘Juego de Tronos’, ‘El Viento y el León’...” pero en su experiencia personal lo más gratificante fue el rodaje de ‘Wonderwoman’. “Descubrí todo lo que mueve una gran producción como esa, había hasta aguadores... Ver pasear por aquí a Pedro Pascal o a Patty Jenkis fue un lujo” que además culminó en un acuerdo que suponía “una donación de 18.000 euros para invertirlos en un plan de conservación del segundo recinto, aunque está tardando un poquito”.
Y es que ya estamos en pleno espacio arqueológico. Por allí caminan los equipos que trabajan junto a la muralla del segundo recinto y mientras lo recorremos me confiesa Del Pino que justo esa parte es “la gran pena” que se lleva al “no haberle dedicado más atención porque nos centramos en las murallas. Pero claro, es que aquí todo necesita atención”.
Se abstuvo nuestro guía de contarle a una almeriense la leyenda de la Odalisca al pasar junto al muro y la ventana desde la que cayó el cristiano y feneció Galiana. Llegamos al tercer recinto. Allí nos esperan las vistas más impresionantes de la ciudad.
Nos recibe el patio de armas y la torre del homenaje, de las últimas en construirse con técnicas medievales, apuntaba ya el Renacimiento, pero “tenía que ser una mole que dejara claro el poder cristiano que se instauraba”. Repasamos el patio original y la desaparecida torre de la pólvora que voló por los aires en el siglo XVIII y a la que sustituyó la de La Tahona.
A partir de ahí me adentro con Arturo del Pino en esos “espacio ocultos” que muy pocos han podido contemplar. “¿Tienes vértigo?”, me pregunta. Digo que no, aunque reconozco que me puse nerviosa. Arrancamos la subida y nos asomamos al interior de la torre de la noria. “Es, sin exagerar, la torre medieval más grande en diámetro del recinto porque tenía en su interior una noria de sangre que movía un animal para sacar agua del pozo que tiene entre 60 y 70 metros de profundidad”. Me reconoce que entre sus proyectos frustrados está el abrirla al público.
Seguimos el camino que traza la torre hasta otro mirador de La Hoya. Desde allí se divisan hasta los bolaños que custodia la reserva de fauna sahariana o la vida tranquila, hasta que lleguen los conciertos, de gacelas y arruíes.
Me enseña algunas de las 53 marcas de cantero que se pueden ver en las rocas: estrellas, pajaritas...eso sí, para el trabajo fino siempre se apostaba por un cantero concreto, el dueño de la estrella, como se demuestra en los macatanes.
Desde lo alto
Me invita ahora a subir al punto más alto de la Alcazaba. Abre con llave una puerta que solo cruzan los actores de las visitas teatralizadas y me recibe un pequeño pasillo en cuyo techo los ‘vándalos’ de los 50 dejaron su huella. Eso de “Diego y Guillermina” ya se llevaba en el año 1951.
Entramos en una sala abovedada, concebida para el Gobernador pero que nunca usó, e iniciamos la subida por una escalera de caracol oscura y estrecha, hecha para bajitos (a mi medida).
Acaba la escalera en una terraza con merlones inacabados. Esas cosas de preocuparse solo por ‘lo que ve la suegra’, en este caso, lo que se ve desde la parte sur. Eso sí, permite un magnífico mirador de Pescadería, La Hoya y parte del centro de la ciudad.
Con algo de miedo me asomo entre los merlones y contemplo la Alcazaba desde el otro lado, con la alberca al fondo y todo presidido por el Muro de la Vela. A la derecha, la ciudad que mira al mar, con el Cable Inglés, el francés y al fondo Cabo de Gata. “Aquí he visto yo todo tipo de luces y colores en el mar y en el cielo. Después de llover se queda siempre un cielo súperazul y si hay nubes, hay unas imágenes preciosas”.
Las echará de menos, igual que sus paseos por La Molineta o por Rodalquilar. De lo que hablamos junto a la ermita de San Juan o el arco que encuentra la torre del homenaje, tendremos que hablar otro día. Quizá cuando visite de nuevo la ciudad. Mientras, me quedo con su imagen mirando Almería bajo el azul del cielo de la Alcazaba de un día de julio.
Perfil
Este jienense, arqueólogo-historiador y conservador de patrimonio histórico ahora es el jefe del departamento de Técnica Documental Gráfica (Mosaico) en Sevilla pero ha pasado en Almería siete años de su vida.
Llegó para hacerse cargo del Museo de Almería (el Arqueológico) y lo puso en el mapa a través de su trabajo en mostrar sus fondos y, sobre todo, lo puso en el mapa digital. Algo que ha sido su máxima también desde que llegara a la Alcazaba en 2016. Bajo su dirección el monumento ha mantenido una relación fluida con amantes del patrimonio a través de sus redes sociales.
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