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Historias almerienses sobre el paisaje (I): A la defensiva
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Historias almerienses sobre el paisaje (II): Laderas y balates
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Historias almerienses sobre el paisaje (III): Un modelo de sedimentación humana
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Historias almerienses sobre el paisaje (IV): Un sotavento mediterráneo
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Historias almerienses sobre paisaje (V): El “gobierno” del agua
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Historias almerienses sobre el paisaje (VI): El gran vacío del sureste
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Historias almerienses sobre el paisaje (VII): La región urbana Almería-Poniente
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Historias almerienses sobre el paisaje (VIII): El modelo turístico
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Historias almerienses sobre el paisaje (IX): Extrañamiento
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Historias almerienses sobre el paisaje (X): Habitar el subsuelo
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Historias almerienses sobre el paisaje (XI): La posibilidad de una isla
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Historias almerienses sobre el paisaje: Almería y el paisaje (primera parte)
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Historias almerienses sobre el paisaje: Almería y el paisaje (segunda parte)
Estereotipos. Según el diccionario de la Real Academia Española, la primera acepción del término estereotipo es “imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. La etimología nos informa de que esta voz está compuesta por dos étimos griegos: stereós (sólido) y týpos (molde). Por otra parte, la estereotipia es un procedimiento para reproducir una composición tipográfica. Más allá de estas nociones léxicas y etimológicas, el campo semántico del estereotipo se emparenta con el del prejuicio, y, en útimo caso, con la simplificacion y la generalización. El éxito de los estereotipos guarda relación con la creciente preferencia por la simplicidad, por lo que se convierten en enemigos del pensamiento complejo o del pensamiento crítico. Además, suelen ser divertidos, al menos cuando se los aplicamos a otros.
Raritos. Hace unos años, indagando sobre los excesos cartográficos (el abuso de mapa) y, en especial, sobre la forma poco rigurosa de tratar el lenguaje cartográfico en medios de comunicación, me encontré con una curiosa página web que trataba sobre los estereotipos regionales, comarcales o locales. El autor -español residente en Alemania- daba cuenta de la elaboración de un mapa en el que para cada zona de Alemania se señalaba el estereotipo de sus habitantes, tal como eran percibidos por sus vecinos próximos. Animado por el éxito de ese gracioso mapa, decidió hacer un ejercicio similar referido a España. El resultado es el que se refleja en la imagen. Al pie de la misma se señala la dirección web de donde procede, en la que se explica el método de elaboración. Los almerienses aparecemos como “raritos”, y marginalmente, como “no son andaluces” y “el peor acento”. Ante un mapa de estereotipos de esta clase, la primera reacción es no sentirse identificado con el que a cada uno le corresponde (especialmente con el de “raritos”), mientras que se siente cierta afinidad por el que se le asigna a otros. A la vista del conjunto de estereotipos, se puede concluir que, en general, no tenemos una imagen demasiado caritativa del vecino. Sin descartar definitivamente que esa denominación de “raritos” tenga sentido, cabe preguntarse a partir de qué hechos o datos les parecemos raros a nuestros vecinos. A lo largo de esta serie de artículos, nos hemos acercado en varias ocasiones a lo que podemos considerar “singularidades” que caracterizan nuestra identidad como almerienses. Puede que esa denominación de “raritos” tenga que ver con la percepción de esas singularidades por parte de nuestros vecinos. Nuestra condición insular y fronteriza influirá, muy probablemente, en esa asignación de estereotipo.
Los nuestros. Los estereotipos no funcionan solo para suplir nuestra dificultad para comprender al otro. Como comunidad, también tenemos estereotipos internos. Un estereotipo siempre sustituye al conocimiento cabal, y, a menudo, lo impide. Con demasiada frecuencia renunciamos al conocimiento de fenómenos y procesos complejos, y los resolvemos apresuradamente mediante mitos, prejuicios y estereotipos. Adelantando la reflexión de la próxima semana sobre la crisis del modelo agrícola almeriense, podemos hacer un repaso a los estereotipos que se han generado en torno a nuestra nueva agricultura. Reflejan el estupor ante el deslumbrante despliegue de esta actividad, pero, al renunciar al conocimiento, la complejidad de estos procesos queda inédita. Los estereotipos positivos dibujan a unos héroes de frontera, que, sin la ayuda de nadie, se enfrentan a todas las dificultades con el sobreesfuerzo familiar y logran el éxito (individual en forma de renta y colectivo en forma de “milagro”). Los negativos retratan a unos nuevos ricos que no saben emplear su repentina riqueza sino en gastos extravagantes y dislocados. No solemos reparar en que este juego de estereotipos, tan simpático para llenar una escena teatral, nos impide percibir los matices, las contradicciones e incluso las nuevas tensiones entre intereses contrapuestos dentro de ese conglomerado económico. Con el apoyo incondicional a todo lo relacionado con la agricultura, estamos legitimando las lógicas de agentes a cuya acción cabe achacar las crecientes dificultades de los agricultores del modelo almeriense. Con la crítica a las externalidades del modelo, estamos satanizando a un montón de agricultores concienzudos, comprometidos y ejemplares.
Hay que tener cuidado con los estereotipos, los mitos y las simplificaciones: nos impiden premiar la virtud y perseguir el vicio. Toda una llamada de atención para los que creen que la renuncia al conocimiento es gratis.
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