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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
Calvos y melenudos son los grandes beneficiados de esta cuarentena. Tras años de estigma, ahora sacan pecho frente a quienes sufren los estragos de tener las peluquerías cerradas. Sé de varios chicos que se han rapado ellos mismos con todo lo que eso conlleva. También de chicas que han empezado a ir al súper con sombrero para ocultar las canas. “Cuando podamos salir, las peluquerías se llenarán lo mismo que los bares”, me escribe un colega, que ha obligado a su novia a cortarle el pelo, lo que puede acabar en guerra civil. Yo misma voy camino de lucir las uñas de Rosalía, pero sin highlighter, porque en aquel momento parecía una buena idea hacerme una manicura francesa semipermanente.
Hay quien aprovecha el confinamiento para meterle mano al trastero. Una amiga ha cruzado esta mañana la puerta de su particular “inframundo” después de veinte años sin tocarlo. Ahí han salido recuerdos de vidas anteriores y, con ellos, cierta nostalgia. Por suerte, en ese momento ha visto pasar a un tipo que, a falta de calle y carril-bici, estaba recorriendo en bicicleta el garaje comunitario.
La reclusión está permitiendo que fantaseemos con tener talentos ocultos. A juzgar por este diario, parece que yo sé cocinar más de dos o tres platos. Luego veo el blog de ‘Gastroflamencopunk’ de la periodista Carmen K. Salmerón y me saco los colores. ¿Su última receta? Coronaguisantitus de esmeraldas integrales y rabiantes. “Ahí lo llevas”, parece retarme en cada post.
También me ha llegado un vídeo de una conocida que, a los cuarenta y tantos, acaba de descubrir que su verdadera ambición es convertirse en artista. Se lo ha sugerido a su hija, que ha contestado que eso es lo que le diría una hija a una madre, y no al revés. Pero oye, yo le doy al play y la escucho entonar Rien de Rien de Édith Piaf y me quedo sin palabras. Da igual que use como micro un palo de escoba y un cucharón de madera, lo hace francamente bien.
“Lo bello es difícil”, me dan ganas de ponerle para darle ánimo a la hora de conseguir su nuevo sueño. La verdad es que el otro día le escuché la frase al filósofo Emilio Lledó y estaba deseando usarla. Difícil ha sido que yo haya conseguido terminar esta columna manteniendo a raya la melancolía. Difícil y bello será nuestro reencuentro. ¿Y sabes qué? Ya falta un día menos.
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