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Historias almerienses sobre el paisaje (I): A la defensiva
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Historias almerienses sobre el paisaje (II): Laderas y balates
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Historias almerienses sobre el paisaje (III): Un modelo de sedimentación humana
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Historias almerienses sobre el paisaje (IV): Un sotavento mediterráneo
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Historias almerienses sobre paisaje (V): El “gobierno” del agua
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Historias almerienses sobre el paisaje (VI): El gran vacío del sureste
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Historias almerienses sobre el paisaje (VII): La región urbana Almería-Poniente
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Historias almerienses sobre el paisaje (VIII): El modelo turístico
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Historias almerienses sobre el paisaje (IX): Extrañamiento
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Historias almerienses sobre el paisaje (X): Habitar el subsuelo
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Historias almerienses sobre el paisaje (XI): La posibilidad de una isla
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Historias almerienses sobre el paisaje: Almería y el paisaje (primera parte)
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Historias almerienses sobre el paisaje: Almería y el paisaje (segunda parte)
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Historias almerienses sobre el paisaje (XIV): Raritos
En todas las turbulencias recientes, hemos tenido ocasión de reflexionar sobre el concepto “crisis”. Se impone el sentido de situación difícil con riesgo de consecuencias fatales. No faltan quienes recuerdan que el sentido originario y profundo del término se refiere más bien a un tránsito. Los lectores considerarán cuál es el sentido que cabe asignar a los procesos a los que se refiere este artículo. A grandes rasgos, el modelo agrícola almeriense se ha caracterizado por el predominio de pequeñas explotaciones familiares, que se agrupaban en cooperativas de comercialización, con el apoyo de instituciones financieras locales.
Tres mitos
En situaciones de dificultad para el conocimiento, suelen aparecer mitos. Primer mito: el empleo reiterado por parte de los analistas del término “sector” para referirse al complejo conjunto de factores y actividades que configuran este conglomerado económico. Al emplear ese término, se transmite la noción de unidad y de gobierno conjunto de las decisiones estratégicas, justo lo contrario de lo que ocurre: el supuesto “sector” es más bien un archipiélago de decisiones individuales, a menudo en conflicto, que hacen imposible la reorientación estratégica, pero que, a cambio, ofrece una alta resiliencia, por su capacidad de absorber las dificultades, socializando los riesgos. El segundo mito propone que estas transformaciones agrícolas surgen desde la nada (los eriales convertidos en vergeles, de desierto a huerta de Europa...). Ha habido eriales transformados, pero una buena parte de los escenarios de la nueva agricultura almeriense han tenido una historia agraria previa sin cuya experiencia, instituciones y actitudes ante la innovación difícilmente se habría producido el “milagro”. El tercer mito es que esta agricultura se desarrolla sin ayudas externas. Sobre este mito se ha construido otro, una especie de liberalismo de frontera, que se cimenta en la convicción de que “no le debemos nada a nadie”. Para desmontar ese mito, solo hay que citar la acción pública de los inicios, crucial para superar el bloqueo tecnológico en la gestión del agua, o la determinante acción colonizadora en los campos de Dalías, Níjar y el Saltador. Además, deberíamos considerar si tener que tolerar las disfuncionalidades y externalidades crecientes de este conglomerado de actividades (contaminación, suciedad, malformación del mercado de trabajo), no es una forma de ayuda externa, tan inconsciente como deprimente.
Crisis del modelo
Los tres elementos característicos del modelo agrícola almeriense vienen sufriendo mutaciones desde hace unos lustros. Cada vez son más frecuentes las grandes propiedades, sobre todo en las zonas de avance del “frente roturador”, muy patente en el campo de Níjar. Las explotaciones familiares crecen también, como respuesta a una situación de reducción de márgenes. Al crecer, por definición, dejan de ser familiares (la fuerza de trabajo de la unidad familiar no es suficiente para atender la superficie mínima rentable). La creciente exigencia a las cooperativas como instancia de posicionamiento en el mercado ha generado unas respuestas muy similares a las de cualquier comercializadora privada, con las que compiten en el mercado de origen. Esta reorientación de las cooperativas es un indicador externo de una pugna soterrada entre la economía social y la economía liberal que, más allá de los mitos, ha estado siempre presente en esta aventura agrícola. Por último, el pilar financiero local, que surgió del seno del movimiento cooperativo agrícola como cooperativa de crédito, se ha desdibujado como entidad local, como consecuencia de su expansión y de la toma de una posición hegemónica entre las cooperativas de crédito nacionales.
¿Son estas mutaciones suficientes para considerar que el “modelo” agrícola almeriense está en crisis? A mi juicio si, aunque no me interesa tanto el debate académico como el que nos permita enfrentarnos a unas cuestiones clave: ¿hemos pasado de un modelo igualitario y equidistribuidor a otro, generador de desigualdad y marginalidad?; ¿debemos seguir apoyando incondicionalmente a un conjunto de actividades que generan tantas tensiones sociales, ambientales y territoriales?; ¿hasta cuándo vamos a seguir utilizando el “relato de los pioneros” para legitimar a operadores y actores económicos que están machacando a esos pioneros y su legado?; ¿hasta cuándo vamos a tachar de “antialmeriense” una actitud que precisamente busca recuperar los elementos virtuosos del modelo agrícola almeriense?
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