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Vuelvo de comprar verduras y temprano me tocan al timbre. Ojeo por la mirilla antes de abrir -decía Churchill que la democracia es el sistema político que cuando alguien llama a la puerta a las seis de la mañana se sabe que es el lechero- y veo los ojos azules de mi vecina con mascarilla reglamentaria en la boca.
Apenas podía entenderla. Estaba agobiada por mí: “Que te está buscando Inés Rosales, la de las tortas, que te ha dejado un mensaje en el buzón de las cartas, puede que sea urgente”. Bajé intrépido por las escaleras, aunque vivo en un séptimo, para no tocar esos botones amenazantes del ascensor que los veo como si fueran demonios. Allí estaba el aviso de MRW, de que hay un paquete para mí de la fábrica de tortas de aceite de Inés Rosales, de Sevilla, que volverán mañana. Al minuto recibí una llamada de la relaciones públicas de esta compañía aclarándome que es un obsequio de la fábrica por haber mentado la marca en un artículo del periódico.
Hice memoria y me acordé de que escribí hace poco sobre la afición del fotógrafo Carlos Pérez Siquier a tomarse un gitonic a media tarde en su terraza, acompañado de dos tortas de Inés Rosales. Ahí estaba la explicación. Me pasó también una vez con las Gaseosas El Tigre, que me enviaron también un paquetillo de sobres en agradecimiento. Voy a ir pensando en nombrar de vez en cuando los Audi de José Antonio Flores.
Querido Carlos, cuando pase esto –“esto” ya sabes lo que es, lo que todo el mundo dice que pasará, pero no se ve que pase- compartiré contigo el paquete de tortas, que a ti sé que te gustan más que a mí. A estas alturas de este hito histórico, una de las preguntas del millón es: ¿Seremos libres el sábado Santo”. El encierro, sin embargo, está sirviendo -no hay mal que por bien no venga- para ver las casas de mucha gente diversa: en los telediarios aparece un microbiólogo sentando en su saloncito, una delegada sindical frente a su cocina, un librepensador, un ministro o un periodista como Iñaki Gabilondo, todos con estanterías repletas de libros detrás, de tomos cartesianos que asoman sobre abigarrados anaqueles. Si es así también en Almería, a Manolo Peral los billetes le tienen que salir por el bolsillo.
Lo que tiene también esta crisis vírica de arresto domiciliario, es que nos vuelve a todos por igual como en un paso costalero. Qué puede hacer el rutilante Sergio Ramos, por ejemplo, que se salga de lo que hacen los demás mortales o el generoso Amancio Ortega, más allá de ver películas en chándal (al dueño de Zara me lo imagino más en bata boatiné).
Nadie hace nada distinto, porque nadie puede hacer algo distinto. Excepto algún rara avis que conozco, que se ha puesto a pegar sellos del Club Filatélico Reiper ¿Se acuerdan?, esos que llegaban por correo con unas charnelas hace 40 años. Me lo imagino con la mesa del comedor llena de aquellas estampillas timbradas de nuestra niñez, con matasellos tan sublimes como Magyar Posta o Antigua y Barbuda, mientras las horas van pasando. En las calles Valdivia y Capitana de La Chanca no pueden pegar sellos porque están sin luz eléctrica.
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