Una ruta de ‘sol y sombra’: Un poco de historia de la Plaza de Toros

Francisco Morales nos lleva en una ruta por su barrio y por su memoria hecha museo

Lola González
20:23 • 16 ago. 2020

Aún apretaba el calor y aunque fui buscando el tendido de sombra, no pude rehuir el sol mientras iba al encuentro de Francisco (Paco) Morales a las puertas del coso taurino de la Avenida de Vilches. Conocido por su labor como hostelero, son muchos los años de experiencia a sus espaldas, pocos saben de su amor por su barrio y por la historia de su ciudad.



Allí estaba puntual.Me recibió con un choque de codos y una sonrisa oculta bajo la mascarilla quirúrgica. A pesar de llevar bajo su brazo una carpeta cargada de documentos, tenía más a mano lo único que necesitaba: su memoria. Arranca su historia señalando justo la calle situada enfrente, la calle Beata Soledad Torres Acosta: “Fue la encargada de crear el convento de las Siervas de María, colegio-iglesia de San Blas justo ahí ¿Ves esa palmera? (y ahí sí que utiliza un dibujo de su carpeta).



Es la misma palmera que hay allí (señala a un ejemplar aún en pie)”. Es lo único que queda de ese convento tirado por orden municipal con la reordenación de esta zona.Unos cambios urbanísticos que son los que trajeron la construcción de la Plaza de Toros a la zona convirtiéndola en el elemento central del barrio. Un lugar que no era el inicialmente se había previsto.



“Hubo una serie de señores que fueron al Ayuntamiento y presentaron un proyecto de urbanización de la zona y, cual sería su sorpresa, cuando se lo deniegan porque le comunican que hay una sociedad mercantil británica que quiere comprar el paraje para construir una línea de ferrocarril desde Bacares,  traer mineral de hierro hasta el Puerto y ésta pasaba justo por el emplazamiento contemplado para el coso taurino: entre las calles Pablo Iglesias y Cucarro”. En aras de buscar una solución, se decide el mover la plaza a su ubicación actual aunque “al final nunca llegó a realizarse esa línea de ferrocarril”.



Fue entonces cuando, en 1887 en solo once meses y por 294.000 pesetas, a pesar de que estaba previsto que costara 400.000 (lo de las bajas temerarias parece que no es tan moderno como creemos) se culminaban los trabajos. En todo el entorno, tras las riadas, se urbaniza la zona hasta la calle Regocijos y desde el Paseo de la Caridad hasta la calle Cruces. “Ni más ni menos que 752 viviendas en 24 manzanas para acoger la mano de obra que llegaba desde la provincia”. Eso sí, como suele pasar, los paisanos se buscaban así “está la zona en la que hay más gente de la Alpujarra, en la zona de Belén hay muchos que son del Alto Almanzora” y es que tener a quien agarrarte al llegar a la ciudad, siempre fue un punto a favor para elegir casa. Mientras nos dirigimos hacia la calle Calvario me cuenta que allí nació él, en una de estas casas de puerta y ventana: “en el número 47, justo el año en el que murió Manolete”.



Y es que en él todo es taurino. Será que lo transmite criarse al lado de la Plaza de Toros. Con añoranza recuerda que en esa calle, que tuvo tiempos mejores, llegó a haber “hasta 62 oficios diferentes. Desde una fábrica de caramelos, a una confitería, herreros, ocho tiendas de ultramarinos o tres bares pequeñitos”. Era entonces Calvario una vía importante y ahora ha perdido vida. A pesar de que ya no vive en la calle familiar, sigue manteniendo su hogar en otra casa de puerta y ventana pero en la calle Santa Matilde. Dice convencido que a él no hay quien le mueva del barrio porque “se vive bien”. Pasamos por la calle Gato en la que me cuenta que hubo un colegio, el ‘Santo Tomás’. Allí, a pesar de que eran aquellos años 60 en los que la separación por sexos era lo más habitual en la educación de la época, “estudiaban niños y niñas”. Seguimos el recorrido por el barrio y pasamos por la calle La Palma, por Cucarro y vamos viendo los restos que quedan de esas casas de puerta y ventana levantadas para los trabajadores que poblaban esta ‘nueva’ zona de la ciudad, y que ahora, quizá por el cambio en la concepción del cuidado del patrimonio de los últimos años, están volviendo a ponerse de moda y son muchos los que han apostado por restaurarlas.



Muchas de ellas aún conservan en sus fachadas esas cenefas que realizaba La Cartagenera y esas molduras tan características. Las que están cerradas esperan a alguien que las quieran (ojalá tuviera dinero yo) y las que se han rehabilitado permiten demostrar que se pueden modernizar conservando todo su sabor. Llegamos a la calle Santa Matilde y paramos a las puertas de una de esas casas antiguas que están restaurando. Aprovechando que es el vecino de nuestro guía, nos asomamos a la puerta. Desde allí nos cuenta que las obras van un poco más retrasadas de lo esperado, el coronavirus tiene la culpa, pero la cosa avanza. Durante las obras apareció tras la capa de recubrían las paredes la piedra original de la vivienda y en varias zonas habían decidido dejarlas al aire. No puedo negar que me enamoré de la idea. Tras un rato de charla sobre los trabajos pendientes aún, Paco Morales se gira y me señala una casa azul noche. “Esta es mi casa”. Conservando todas las características de las viviendas de puerta y ventana, veo como la moldura tan característica de la calle también preside el balcón. Pero si recorrer las calles estrechas de este barrio escuchando sus historias es todo un placer, tengo que decir que lo mejor de esta ruta no estuvo en la calle, sino en la propia vivienda de nuestro guía. Desde fuera el edificio parece estrecho y alargado, pero al entrar resulta acogedor.




Será también que eso de que te reciba un cuadro del propietario con un periódico de La Voz de Almería en las manos, pues le transmite a una cierta confianza. Como es habitual en estas casas todo se organiza como una especie de gran estancia y la recorremos pasando del salón a la cocina y de ahí al patio presidido por un mosaico de escenas taurinas. Es entonces cuando Paco Morales se para y antes de bajar las escaleras me dice: “aquí está lo mejor de la casa. He pasado ahí la mayor parte del tiempo de confinamiento”. Con la curiosidad al máximo nivel comenzamos a bajar la escalera. No puedo salir de mi asombro cuando descubro al final de la misma que lo que allí tiene es todo un museo. Las paredes están llenas de carteles de corridas de toros realizadas en la provincia de Almería.


“Tengo documentados 6.700 carteles que llevo localizando desde hace unos 35 ó 38 años” dice orgulloso. Cada uno tiene una historia, y obviamente no habría sitio suficiente en estas páginas para contar la de todos, pero sí que nos detendremos en algunos muy especiales. Me señala un cartel. Leo: “Inauguración de la Gran Plaza de Toros de Almería. 26 y 27 de agosto de 1888”. Se trata del cartel de la inauguración del coso de la Avenida de Vilches. “Siempre tuve la ilusión de tener un cartel de la inauguración. Tenía constancia de la existencia de tres carteles cuando apareció este en Sevilla porque los descendientes de un almeriense lo ponían a la venta. Logré ponerme en contacto con ellos y tras venir y comprobar la autenticidad, nos pusimos de acuerdo en el precio y lo compré. Fue una satisfacción enorme tras 32 años buscándolo”.


Pero de esa inauguración también tiene un segundo cartel. Uno hecho en seda en la ciudad y que “estaba en un bar de Almería. Intenté comprárselo al dueño pero él nunca me lo quiso vender. Con el paso del tiempo este señor fallece y la hija lo pone a la venta por internet y yo me entero. Quedo con la señora, empezamos a hablar y descubro que era el mismo que no me habían querido vender 30 años atrás”. Estaban destinados a estar juntos. En la pared cuelga otro cartel de una corrida en la antigua plaza de Los Jardinillos. Más allá de que sea de 1849 me llama la atención que en la corrida haya “mugeres (tal y como se escribe en él)”. Había dos picadoras: Manuela Chaves y Carmen García; una espada: Josefa Ortega; y dos banderilleras: Eusebia Miranda y Dolores Blanco; eso sí, ninguna de Almería.


Llama la atención que a mediados del XIX pareciera que el mundo de los toros, tan cerrado a la presencia femenina, estuviera más abierto que ahora en pleno siglo XXI. Pero más allá de los carteles ese sótano tiene en su interior colecciones de casi todo: botellas de cerveza o de leche antiguas, grifos de cerveza, etiquetas de botellas de vino de finales del siglo XIX y del XX, elementos de exposición de escaparates de tiendas de ultramarinos, pero quizá por el valor sentimental llama la atención su colección de elementos de los recintos hosteleros de la ciudad. Cosas del Imperial, del Hotel Simón, del Café Tívoli, el Torreluz, la Rex o del Mesón La Mancha. Si se me permite, yo me enamoré de un calendario ‘oriental’ de ‘El Oro del Rhin’ de 1931 pintado a mano. Allí, junto a una nevera de los años 50, y una placa de la Avenida de Vilches, nos despedimos. Me fui con la sensación de que ese sótano es un museo en miniatura digno de ver. Y también convencida de que si vuelvo en un tiempo, habrá más cosas en su interior.

Perfil

Francisco Morales es un amante de los toros y de la historia, pero ante todo es un hostelero enamorado de su profesión. A día de hoy se le puede encontrar en Entrefinos en la capital, pero su tradición hostelera viene de antiguo. En las paredes de su sótano cuelga una foto con la plantilla del Imperial. Allí trabajó su padre durante 48 años y ahí debutó también él. Feliz de haber formado parte de una plantilla que marcó la hostelería almeriense durante 60 años, tiene claro que si volviera atrás volvería a dedicarse a una profesión que tiene en el contacto con la gente su mayor virtud.


Temas relacionados

para ti

en destaque