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Me esperaba a la sombra de la Plaza Altamira con la mascarilla puesta y aguantando el calor de las cinco de la tarde. Llevaba un día de locos pero en su cabeza de narradora nata tenía en la parrilla de salida Mar de los Ríos todos los recuerdos que marcaron su infancia en ese barrio que estrenó su generación y que creció hasta ser casi una parte del centro de la ciudad.
A pesar de que tenía apenas cuatro años cuando llegó al barrio, recuerda el día que desembarcó en esos pisos de los sindicatos ubicados en la calle Cardenal Herrera Oria. Lo hizo de la mano de sus padres y sus hermanos, de seis y nueve años. “La calle aún no estaba ni asfaltada. Mis hermanos le pidieron a mi madre bajar a jugar con la gravilla pero yo me tuve que quedar mirando desde el balcón porque aún era muy pequeña”.
Y es que esta zona estaba aún en construcción cuando su familia, como tantas otras en los 70, hicieron crecer la ciudad. Mar de los Ríos ya le ha puesto nombre a su generación, la que estrenó estos barrios tras el ‘baby boom’: “la generación puente”. “Somos puente entre la televisión en blanco y negro y en color; los que pasamos del muro insalvable de la Rambla que tanto miedo nos daba, a que nuestros hijos fueran los primeros que la usaran de parque; de los polos artesanales a los de polvos; en mi caso de estudiar la carrera con tinta china a montar todo un sistema de información geográfica...”.
Límites
Eran tiempos entonces en los que los límites del barrio marcaban la vida y traspasar esa barrera psicológica que era la Rambla se dejaba para pasear los domingos. Por eso los vecinos se convertían casi en una familia y las tiendas de proximidad eran el epicentro de la actividad. Ese papel lo jugó muchas veces ‘Novedades Ríos’, la tienda que sus padres tenían en la calle del Duende. Allí, a las puertas del local que hoy luce un letrero de ‘Pescados Frescos’ estaba la tienda de ropa que regentaron hasta el año 88 cuando la llegada del Pryca golpeó a los comercios de toda la vida.
“Recuerdo que pasaba las horas muertas escuchando a las mujeres del barrio que iban mucho a hablar con mi madre en la tienda”, explica. Con una mezcla de orgullo y de tristeza me cuenta la capacidad de escucha que tenía su madre, una mujer “muy inteligente, a la que solo le faltaron dos asignaturas para terminar Magisterio pero que abandonó para casarse, todo por amor”, fue su gran frustración. Pero supo reinventarse y convirtió su tienda “en lugar de terapia. Un sitio en el que las vecinas le contaban sus frustraciones, sus vidas y hasta lo que iban a cocinar”.
En esos años 70 “todos los niños del barrio llevaban ropa de ‘Novedades Ríos’ y la calle del Duende era un emplazamiento magnífico porque era un lugar de paso. Cuando construyeron el puente que estaba más arriba, los flujos de gente cambiaron y se notó muchísimo en el negocio de mis padres”.
Aguantaron hasta la llegada de los grandes centros comerciales y decidieron bajar la persiana con los libros de fiar -esos en los que se apuntaba a aquellos que dejaban algo a deber y cuyas deudas iban saldando poco a poco conforme cobraban- llenos de nombres. “Entonces se llevaba mucho lo de fiar” y es que todo el mundo se conocía, no había peligro. Reconozco que a la que firma esta ruta, alguna que otra vez, ‘le apuntaron’ el bollo de chocolate al salir de la academia de baile en la tienda de Paquita. Cosas de los niños de los 70 y 80.
Mira Mar de los Ríos alrededor y recuerda las horas jugando en esa zona con los niños del barrio. Algunas casas, como la ubicada en la esquina con Padre Aguilar, siguen igual, y se le nota que para ella fue una época feliz.
Seguimos nuestra ruta y llegamos al límite del barrio, al menos a la barrera psicológica que marcaba el final de su libertad infantil: la Rambla. “Le teníamos mucho miedo a tener que cruzar la Rambla, y mira que yo siempre he sido muy independiente. Tanto que con solo diez años, como mi madre no podía acompañarme, me iba sola a comprarme los zapatos al Paseo. Pero es verdad que cruzar la Rambla, sobre todo de noche, fue un gran aprendizaje como mujer sola andando por la vida. Nunca fui de pedir a nadie que me acompañaran así que, cuando tocaba volver a casa empezaba a correr con mis zapato planos en el quiosco de las pipas y paraba al llegar a la calle Altamira. Eso era salve”.
Adolfo
Pero ese miedo también le ayudó a ser capaz de estar alerta a las pandillas y a los movimientos extraños de la gente que le rodeaba y claro, eso son cosas que las nuevas generaciones no tienen: “a mi hija se lo he tenido que enseñar yo, no le venía de serie”.
Y es que precisamente sus hijos “estrenaron los juegos infantiles que hay en la Rambla” después de que se cosiera era herida de la ciudad. Aún recuerda aquella campaña de publicidad del año 1982: “la Rambla puede ser tu nuevo parque” (caturrea), y por una vez, se cumplió.
Doblamos la esquina y llegamos a la calle Paco Aquino. Ahí se le cambia la cara. Sonríe. “Aquí estaba Helados Adolfo. Comernos un helado los días de verano era nuestra ilusión. Mi padre tenía una frase que siempre nos decía cuando hacíamos una trastada: ‘ya vendrá el verano y los polos de Adolfo. Entonces me pedirás el duro y yo diré, no, te acuerdas de....’ (ríe)”.
En aquellos calurosos veranos de su infancia “los helados de Adolfo eran fundamentales. El día se resumía en leer y pensar en el duro para el polo. No había más”.
Echa un ojo al resto de la calle y la verdad es que salvo el carril bici ha cambiado muy poco desde entonces. “Allí (señala a la acera de enfrente) había un zapatero que se ha jubilado y en la calle Altamira otro. Eran de visita obligada cada año para que te cambiara las tapas” y es que entonces no había posibilidad de cambiar de zapatos con tanta asiduidad, y menos aún tener más de un par.
Los domingos
Ahí sigue el estanco “al que te mandaba tu padre a comprar un Bonanza con seis o siete años, algo impensable ahora”. Los árboles “han pasado de ser palillos a estar grandes” y casi igual siguen los jardinillos de las casas sindicales que “eran lo más parecido a un parque que teníamos” porque aquí se jugaba en la calle, el parque más cercano era el Nicolás Salmerón y “era para los domingos”.
Llegamos a Hermanos Pinzón y nos asomamos a la calle de su vida, la que le ha visto crecer: Cardenal Herrera Oria. “En ese balcón (me señala un piso) está la casa de mis padres”. Allí creció como una niña independiente, rodeada de libros y “bastante sola”. No lo dice con pena, sino como una parte de su personalidad introspectiva que quizá le guió para “ser escritora. Esos momentos de introspección influyen mucho”. Aunque reconoce que le hubiera gustado “ser más superficial”, compensa esa intensidad con mucho sentido del humor.
Volvemos al paseo que nos lleva hasta la Carretera de Ronda, otro de los límites del barrio. La muerte de un amigo con solo once años atropellado en esta vía le ha hecho que no la soporte y a día de hoy sigue pasando por ella solo lo imprescindible.
Excursionista
Esa zona quizá es la que más ha cambiado desde entonces. “A partir de aquí (la esquina entre Paco Aquino y Ronda) todo era vega. Íbamos a montar en bicicleta al campo, hacíamos excursiones, sobre todo a una casona de algo público que había abandonada cerca de donde está ahora la iglesia de Montserrat y que nos daba muchísimo miedo. Todo aquello eran bancales sembrados y recuerdo a los agricultores gritándonos para que no les pisáramos las lechugas”. Poco verde queda en la zona y menos aún en la bajada de la carretera. Allí recuerda Mar cuando la llevaban a vacunarse o el antiguo Museo Arqueológico.
Pero sin en algún sitio fue feliz nuestra guía de hoy fue al cruzar la calle. Allí está el colegio Freinet, en su tiempo el Colegio Nacional de Prácticas en el que creció rodeada de “una comunidad educativa ilusionada por el cambio social, muy culta”. La mayoría de las hijas de sus conocidos iban a las Jesuitinas o a El Milagro, pero ella estaba en un colegio público y mixto aunque “nunca hubo más de 10 ó 12 niñas en la clase de los 40 alumnos que había”.
Esos aires de cambio marcaron a Mar que encontró allí una de las pasiones de su vida, la literatura. “Con cuatro años participé en la obra de teatro de ‘Alicia en el país de las maravillas’. Era un conejo secundario pero ahí me di cuenta de que me quería quedar a vivir allí. Con los libros podía vivir muchas vidas distintas”. Fue hasta Jesucristo en ‘Jesucristo Superstar’ en una obra que ella también dirigió con solo siete años.
Ya no vive en el barrio pero reconoce que echa de menos muchas cosas de aquellos tiempos. Quién no.
Perfil
Nació en la calle Las Cruces en 1966 y cuando tan solo tenía cuatro años, a la vez que se iniciaba la educación mixta en este país, llegaba al barrio de Altamira. Allí se encargó, como muchos de su generación, de estrenar esta nueva zona de expansión de la ciudad.
Siempre ha sido muy independiente, aprendió a leer con dos años y desde entonces la literatura ha sido su gran pasión.
Arquitecta técnica de profesión, trabaja en la Diputación Provincial de Almería desde que era muy joven. Le encanta escuchar para después componer historias que plasma en sus relatos.
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