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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
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Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
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Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
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Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
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Diario de una cuarentena (XV): La trampa
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Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
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Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
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Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
Hoy se ha producido un robo en mi escalera. Ha desaparecido un tupper
de torrijas. Lo cierto es que desde que empezó esta locura el armario
de las llaves de paso se ha convertido en un punto de intercambio. Hay
un chico que viene y deja ahí la compra semanal para su madre. Y esta lo
premia con algún plato casero. Parece que justo en el intervalo de
tiempo entre que la señora ha sacado los dulces de Semana Santa y
llegaba su legítimo dueño, alguien se adelantó. Ahora todos los vecinos somos sospechosos. A mí que me registren: del arsenal que compré el otro día, apenas me queda medio pestiño.
Sé
que estáis pensando que miento más que hablo, que todo no me puede
pasar a mí. Mi amigo Evaristo diría que empiezo a parecerme a los
protagonistas de ‘Cuéntame’. Él sospecha de la verosimilitud de la serie
en el sentido de que toda la historia de España no le puede ocurrir a una sola familia.
Yo no sé los Alcántara, pero prometo que desde que inicié este diario
apenas he cambiado un par de nombres y para proteger la identidad de
seres queridos, que ya sabéis: la Gestapo de barrio anda ojo avizor y
todo lo que digamos puede ser utilizado en nuestra contra. Hasta tengo
un colega que me ha sugerido crear un personaje literario y tomarme mis
licencias. Sin embargo, a día de hoy nuestra rutina es tan loca que no
lo necesito. Y vosotros pensando que tenía imaginación…
Para
imaginación la del escritor Juan Herrezuelo, que anda muy preocupado
por lo que ocurre estos días, porque él ya lo predijo en su último
libro: ‘Las flores suicidas’. Y a uno nunca le gusta ser agorero. El
poeta José Luis Martínez Clares ha sido el primero en darse cuenta del
paralelismo entre el relato inicial, ‘La esfera de sus plumas’, y lo que
estamos viviendo. Pues bien, acabo de abrirlo por una página al azar y
habla sobre una enfermedad que se manifiesta con fiebre alta y dificultades para respirar y acerca de servicios de urgencias colapsados y de hospitales de campaña que no dan abasto. Mejor lo cierro.
Hay todo tipo de teorías conspiranoicas detrás del origen de esta pandemia: que si pangolines y murciélagos, que si la selección natural, que si no tenemos para pagar las pensiones, que si Bill Gates ya lo sabía. Os seré clara: aunque soy una novelera, tengo fe ciega en la ciencia y he apostado fuerte por una viróloga navarra que lleva 25 años detrás de dar con el talón de Aquiles del maldito coronavirus. De su laboratorio han salido vacunas para bichos similares. De hecho, he leído en El País que, al igual que otros investigadores de todo el mundo, carga una gran responsabilidad sobre sus hombros. Lo mínimo que podemos hacer es concentrarnos y desearle ese momento de iluminación. Se llama Isabel Sola Gurpegui y juega por todos.
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