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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
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Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
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Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
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Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
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Diario de una cuarentena (XV): La trampa
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Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
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Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
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Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
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Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
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Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
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Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
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Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
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Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
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Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
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Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
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Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
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Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
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Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
Buscamos una tabla de salvación. Algo a lo que aferrarnos en estos tiempos difíciles. La cocina, tu pareja, leer, ‘Los Soprano’, un hijo, este diario, la música o un amor idealizado al otro lado de la pantalla. Un colega me escribió desesperado hace unos días porque se le caía la casa encima. Estaba solo y se había quedado de brazos cruzados tras sufrir un ERTE. Ayer ya estaba emocionado: al parecer, ha contactado con una chavala que canta y compone música jazz y se han propuesto hacer una jam session online. Él, que llevaba años sin tocar, se ha vuelto a colgar la guitarra y ha desentumecido sus dedos en cero coma.
Esta semana charlaba con la ilustradora Rocío de Andrés y me sentía identificada con el proceso de liberación que ha experimentado durante esta cuarentena. Por paradójico que suene. Ella, que antes hacía retratos por encargo con la técnica del puntillismo y decoraba con detalles botánicos árboles genealógicos, ahora se ha lanzado a crear una serie llamada ‘Monstruos’ en la que de algún modo exorciza sus fantasmas. Lejos de verse limitada por las pocas hojas sueltas y útiles de dibujo que tiene a su alcance, la artista se crece. Las criaturas que salen de sus trazos sueltos hablan de ella y de cómo está viviendo esta pandemia. Y también hablan de todos nosotros. Lo mismo que este diario, todo lo que puede aportar hay que leerlo entre líneas.
Hoy he estado pensando en que los afectos nos unen con un hilo invisible y en ese ovillo imposible de desenredar surgen conexiones milagrosas. Con motivo del Día del Libro, me llegaba por dos vías diferentes un vídeo de la editora y periodista Ana García D’Atri, a la que no tengo el gusto de conocer más allá de algún amigo en común y el hecho de que ella pasó, algunos años antes que yo, por la redacción de La Voz. Sin embargo, ver cómo lee ‘Campos de Níjar’ de Juan Goytisolo fue suficiente para que reconociese en su voz, y en su mirada, que se fue de Almería llevando consigo la huella de este desierto luminoso. La capacidad de ver la belleza en la decadencia.
Os resultará extraño, pero una vez conocí a una chica que no veía el encanto de esta tierra por ninguna parte. Daba igual donde la llevase. Ni el contraste entre la tierra roja de Rodalquilar, su cielo y su mar la convencían. Ni La Isleta del Moro, Mónsul y el Cortijo del Fraile en una excursión de una mañana. Ni el Desierto de Tabernas, ni los pueblos de interior ni nada. Yo, que profeso la religión de la duda, me llegué a plantear si soy una emocionada. Pero qué demonios, al final terminé por sospechar de ella.
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