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Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
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Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
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Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
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Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
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Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
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Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
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Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
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Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
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Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
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Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
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Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
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Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
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Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
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Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
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Diario de una cuarentena (XV): La trampa
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Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
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Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
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Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
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Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
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Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
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Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
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Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
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Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
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Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
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Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
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Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
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Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
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Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
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Diario de una cuarentena (XXIX): El hilo invisible de los afectos
Pablo salió el domingo a la calle con miedo. No temía coger el coronavirus, sino haberse olvidado de patinar. Clara estaba tan emocionada que se dejó la mascarilla a pesar de tenerla preparada sobre la cama desde hace días. No pudo evitar correr a saludar a sus amiguitas al cruzarse con ellas en el paseo marítimo. Jaime rompió el confinamiento obligado por su padre, que estaba deseando estirar las piernas. Él hubiese preferido quedarse en casa pegado a la pantalla. Elena jugó con la arena de la playa mientras, justo al lado, su madre tomaba el sol. Casualmente llevaba el traje de baño. Álvaro se cruzó de brazos cuando comprobó que el parque de su barrio estaba precintado. Apenas cabía en su metro de altura tanta resignación.
Los niños de España han acabado la cuarentena. De momento. Y como siempre en este país, una imagen ha sido suficiente para dar rienda suelta a la crispación. Unos se quejan de los irresponsables que son algunos padres hasta el punto de acusarlos de que su actitud ya se ha cobrado vidas humanas. Otros maldicen a los que juzgan el modo en que educan a sus hijos y los mandan a meterse en sus asuntos, pero con palabras menos elegantes. Y el resto echa espumarajos en las redes sociales alegando que la culpa de todo es del Gobierno. Sea el tema que sea.
Yo, que procuro mantener mi diario como espacio libre de polémicas que ya nacen caducadas y solo aportan más cuñados a este mundo, los entiendo a todos y, a la vez, paso. Si es que eso es posible. Solo digo dos cosas: sentido común y dejemos a los niños en paz.
Los que no necesitan que los dejemos en paz porque ya se buscan la vida ellos son los amantes. Desde que se desató esta pandemia, me he estado preguntando cómo se mantienen las relaciones clandestinas durante la cuarentena. Me refiero a las que nos rodean, nada de la tele. Y resulta que tengo un confidente que asegura que prácticamente todas las noches, a eso de las dos de la madrugada, escucha desde su cuarto la típica voz de telefonillo que dice: “Puerta abierta. Por favor, cierre después de entrar”. La cuestión es quién toca el porterillo a deshoras y, sobre todo, quién le abre. “Solo se me ocurre que es alguien que se salta el confinamiento para ver a su amor; o sin amor, solo sexo”, me escribe. Y pensar que están a un contagio de poner al descubierto el pastel...
Al final me ha dado por reflexionar acerca de que habrá gente recluida a la fuerza con su pareja y deseando escapar a los brazos de su amante. O tal vez miren bien a la persona que tienen al lado y descubran que no están tan mal. Con las cosas del querer, nunca se sabe.
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